Abril de 2009
Año V, Número 40


Luis Cabrera: Pensamiento y acción
Fernando Pérez Correa*

La Revolución Mexicana fue un proceso complejo, extenso, prolongado y polifacético. Su esencia misma es objeto de controversia. Hay quienes consideran que fue un gran cataclismo pero no una revolución; otros piensan que fue una auténtica revolución, aunque discrepan sobre su naturaleza: agraria, popular, democrática o capitalista. Luis Cabrera se preguntó si se inició en 1906, con los enfrentamientos campesinos en Jiménez y Las Vacas y los movimientos obreros en Cananea y Río Blanco; o en 1908, con la febril actividad política desatada por la entrevista Díaz-Creelman; o bien en 1910, con el Plan de San Luis, la iniciativa prematura de los hermanos Serdán o el canónico 20 de noviembre; o tal vez en 1920, en 1928 o en 1935, como pretendieron los obregonistas, callistas y cardenistas. Algo análogo podría decirse de la etapa de su gestación y de su breve o longeva existencia; si concluyó en 1917 o en 1940, o sobrevivió mientras subsistieron los “gobiernos emanados de la Revolución Mexicana”.

Al afirmar que “la Revolución es la Revolución”, Cabrera distinguía entre la Revolución Mexicana, con mayúscula, un proceso épico que conmovió al país y reencauzó su historia, y con minúscula, invocada por los funcionarios que ejercían el poder amparados por sus ideales. También se preguntaba, en 1935, cuáles eran dichos ideales, mientras deploraba constatar que, para entonces, ya nadie hablaba de “Sufragio Efectivo. No Reelección”, “Tierra y Libertad”, “Ejidos para los Pueblos”, “Garantías para el Obrero”, ni soñaba ya, como lo hicieran “nuestros abuelos”, los “García Torres, los Filomeno Mata, los Daniel Cabrera, los Paulino Martínez, los Ricardo Flores Magón, en restaurar el liberalismo de la época de Juárez” […].

La variedad de simpatías y rechazos que convocaba Porfirio Díaz era de una gran amplitud. Para empezar, muchos observadores políticos han registrado el malestar norteamericano hacia el gobierno de Díaz, o al menos percibido por este último. Lo cierto es que en las jornadas críticas de los primeros meses de 1911, los maderistas disfrutaron de ciertas facilidades en Estados Unidos y pudieron armarse y pertrecharse. Cierto, esto no implicaba necesariamente la decisión de deshacerse del viejo dictador, por más que esté bien documentada la molestia norteamericana respecto de los coqueteos europeos del porfiriato. Pero el desarrollo de la Revolución desvela la intromisión decisiva de los vecinos del norte. Tampoco pueden desestimarse las molestias internas. Particularmente en los estados del norte, las modalidades del desarrollo económico, la crisis y el proceso político habían hecho casi unánime la inconformidad social con la centralización, los jefes políticos y la expropiación de la autonomía municipal, como habría de demostrarlo la amplísima variedad de sectores sociales que dieron la espalda al antiguo régimen durante esos meses.

La versión de Cabrera no se aproxima a la versión oficial. Su vida es un testimonio de la movilidad de los sectores medios urbanos y de las trabas del régimen para consumarla. Su pensamiento descubre las inconformidades campesinas, las querellas políticas larvadas por las estrecheces institucionales y, desde luego, la intervención extranjera y la acción de los grupos privilegiados.

Cabrera es un vivo ejemplo de las profundísimas transformaciones operadas en la sociedad mexicana durante el porfiriato. Nació en 1876 en Zacatlán de las Manzanas, Puebla. Su padre, Cesáreo Cabrera, era panadero, y su madre, Gertrudes Lobato, se dedicó al cuidado de una nutrida familia de siete hermanos y cuatro medias hermanas. Como en los casos de otros mexicanos distinguidos, un maestro rural, José Dolores Pérez, descubrió los talentos de Cabrera y presionó incansablemente hasta obtener que fuese enviado a estudiar a la Escuela Nacional Preparatoria. Aunque lo logró, Cabrera abandonó prematuramente sus estudios y buscó trabajo. A los 19 años fue maestro rural en Tecomaluca, Tlaxcala. Sus ahorros le permitieron volver a la capital e ingresar en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. La biografía de Cabrera reprodujo las limitaciones y penurias registradas en centenares de casos. Para abrirse camino, trabajó de impresor, corrector, prefecto, maestro e incluso cronista taurino. En ese tiempo, su tío Daniel Cabrera, perseguido político, editor de El Hijo del Ahuizote y huésped crónico de la cárcel de Belem, le ofreció escribir y caricaturizar el régimen porfirista en las páginas de su periódico.

Finalmente, el joven Luis se recibió de abogado en 1901. Trabajó en el despacho de Rodolfo Reyes y, más tarde, en el bufete de William A. McLaren y Rafael Hernández hasta 1912.

Durante esos años inició brillantemente su actividad como escritor político bajo el seudónimo de “Lic. Blas Urrea”. García Naranjo constata que sus artículos fueron “sensacionales”. El 24 de julio de 1909 publicó un trabajo sobre el partido científico. Se trata de un texto inteligente y mordaz, en el que Cabrera teoriza sobre los partidos políticos y analiza el uso abusivo del término “científico”. En su visión, los partidos han sido básicamente dos: liberales y conservadores, reformistas y reaccionarios, jacobinos y clericales, chinacos y mochos, y representan formas históricas de contraponer dos actitudes básicas frente a las cuestiones políticas: la conservación de los antiguos moldes y la reforma, la innovación. Argumenta que, aunque casi enteramente confundidos con el partido neoconservador, los científicos se ubican entre el partido republicano y el partido neoconservador. Se distinguen de éste, esencialmente patriota y antisajonista, porque los científicos son sajonizantes decididos y más ilustrados. Mientras los primeros son propietarios rurales y nacionalistas, los segundos son propietarios industriales y financieros, vinculados con el capital norteamericano. Cabrera registra que el término “científico” deslumbra, aunque sólo tome de la ciencia los postulados acordes con sus intereses. Los científicos encuentran en la ciencia las bases de un cosmopolitismo racista, en verdad antiindígena y antipatriótico. Conocen la ciencia política y la usan para defender sus intereses. Son partidarios tanto de la política internacional postulada entonces por Roosevelt, admiradores de la doctrina Monroe, y están deslumbrados por Panamá; en fin, postulan la compatibilidad de la paz internacional con la intervención. Lo propio podría decirse de la economía, de las ciencias del trabajo, de las finanzas y de la administración: se vuelven instrumentos para defender posiciones e intereses. Cabrera concluye que en todos los ámbitos aplican un enfoque científico, el enfoque de la ciencia, “excepción hecha de la ciencia del patriotismo”.

El artículo de Cabrera decidió al propio secretario de Hacienda, José Ives Limantour, a enviar a El Partido Democrático y al Diario Oficial una carta en la que rechazó los cargos y desafió a quienes tuvieran algo que reprobarle, a que salieran de “sus sistemas de ataques vagos e impersonales y expresaran nombres, negocios y las pruebas en que se apoyaban”. Al día siguiente le contestó Cabrera. En su texto rechazó la invitación de Limantour de acudir a la polémica y la imputación personal, y, con una ironía elegante y eficaz, expuso las responsabilidades históricas de los liberales y conservadores y el papel subordinado que desempeñaban los grupos y las personalidades aisladas. Concluyó que si la raza nuestra por desgracia llegara a desaparecer, difícilmente se debatiría dentro de diez siglos el papel que jugaron Limantour y un grupo de plutócratas que abrió el dique del río Bravo para salvar sus intereses. “Los historiadores invocarán más bien la debilidad de una raza híbrida que no supo defenderse a tiempo de los elementos disolventes que la minaban”.

Los siguientes artículos fueron devastadores. El primero retomó la teoría de los partidos demócratas y conservadores en la historia, y describió el papel que desempeñaban en el partido reformador, los demócratas, los reyistas y los antirreeleccionistas. Constató enseguida que el general Díaz era prisionero de los científicos, que estaba rodeado de un círculo de hierro impenetrable para cualquier esfuerzo democrático. Acusó a los científicos de llamar revolucionarios a los independientes y montar provocaciones, como en Guadalajara y Guanajuato, “para descalificar a los grupos democráticos y reyistas, y enajenarles la voluntad del general Díaz mostrándoselos como los perturbadores de la paz”.

El 1° y el 16 de septiembre y el 30 de octubre, Cabrera recogió el desafío de Limantour y publicó, respectivamente, “El primer capítulo de cargos concretos”, “La defensa de Limantour contra el primer cargo concreto” y, finalmente, “El segundo capítulo de cargos concretos”. Los textos fueron innovadores y su contenido contundente. El primero contiene una crítica precisa y detallada del apoyo gubernamental a la prensa porfirista, especialmente a la casa Reyes Spíndola, editora de El Imparcial. Enumera pormenorizadamente los recursos recibidos por dicha casa del gobierno del general Díaz, e incluye un inventario de la evolución de la fortuna de don Rafael Reyes Spíndola. Fue asombroso: el artículo mereció una respuesta del ministro Limantour, quien contestó en varios periódicos.

En el segundo texto, Cabrera reseñó la polémica que desencadenó el artículo precedente, resumió y expuso las respuestas de Limantour, El Imparcial y El Debate; en fin, contestó los ataques recibidos. Fue un artículo sin precedentes. Además, el original recurso a un diálogo imaginario entre los protagonistas (Limantour, Blas Urrea y Spíndola) ofreció infinitas posibilidades retóricas que Cabrera utilizó generosamente.

El último es un texto más parecido a un informe sociopolítico que a un debate periodístico. Ofrece una descripción de los empleos públicos en México, registra las identidades de quienes los ocupan, y estudia las movilidades y rotaciones en el gabinete porfirista entre 1900 y 1907, con la idea de apreciar el peso y la ganancia de Limantour con dichos cambios. Enseguida hace un estudio análogo de los subsecretarios de Estado, los ministros de la Suprema Corte de Justicia, los gobernadores de los estados y los integrantes del Congreso de la Unión. En todos los casos detalla, incluso, cuáles diputados fueron recomendados por qué personalidad política. La conclusión del artículo es sagaz: “Podemos, pues, asegurar, generalizando, que el grupo científico ha sabido sacar provecho de su influencia en el gobierno, para ocupar los empleos mejor remunerados y poblar las oficinas y las Cámaras con sus adictos y protegidos. Con esto el grupo científico saca un provecho pecuniario incalculable para sus adictos, facilita sus negocios, y sobre todo, prepara la derrota del general díaz”.

Esta polémica no concluyó con el último texto mencionado. Todavía dio pie a diversas explicaciones y aclaraciones y, en particular, a otro artículo de Cabrera destinado a analizar “El Banco de Campeche, cargo concreto al grupo científico”. El texto fue publicado el 8 de marzo de 1912, cuando la revolución maderista había concluido exitosamente. Su contenido es igualmente devastador. En su conclusión, Cabrera afirma que “en ese caso concreto, varios de los más conspicuos representantes del grupo científico han aprovechado la gestión financiera de don José Ives Limantour para alcanzar un lucro indebido”.

Como se habrá advertido, a escasos ocho años de su recepción profesional, el talento de Cabrera y su participación política lo habían colocado en una tribuna privilegiada, que le permitió debatir públicamente con Limantour, el poderoso secretario de Hacienda, y con los más importantes diarios del porfiriato […].

* Doctor en ciencias políticas.