Abril de 2009
Año V, Número 40


El Río Magdalena: Un delta de historia en la ciudad

Desde su origen y hasta principios del siglo pasado, la ciudad de México estaba sitiada por una gran cantidad de agua que se acumulaba a su alrededor. Erigida en medio de una laguna y rodeada de montañas, era beneficiaria de constantes escurrimientos que nutrían el líquido que la flanqueaba. Cincuenta y un ríos corrían libres por bosques, cañadas y campos, en un escenario campirano que el crecimiento urbano devoró.

A finales de los años treinta, la ciudad inició un proceso de expansión que todavía no conoce límite. Como consecuencia, los afluentes que bajaban de las partes altas del valle empezaron a mostrar signos de grave contaminación. Sus aguas hediondas y revueltas de desechos representaron un serio peligro para la salud de la gente. Las autoridades de entonces sólo encontraron una solución: entubarlos y mantenerlos subterráneos como parte del sistema de drenaje urbano. Así se perdió esa riqueza hídrica y paisajística que la capital conservó hasta la primera mitad del siglo pasado.

Los lechos que antaño conducían líquido, hoy son avenidas importantes por donde los capitalinos manejan sus autos. Pocos ciudadanos, sin embargo, se detienen a reflexionar por qué algunas de las vialidades que recorren se llaman Río Mixcoac, Río Churubusco, Río Piedad o Río Magdalena, sólo por dar unos ejemplos. Los vestigios de los ríos que una vez hubo en la metrópoli están en la nomenclatura de las calles.

No todo está perdido

Río Magdalena es una de esas avenidas; se extiende a partir de la avenida Insurgentes hasta la de San Jerónimo, al sur de la capital. Lo excepcional de su caso es que el cauce que le da nombre aún existe a cielo abierto en la mitad de su recorrido y, más sorprendente, en su mayor parte el agua está libre de contaminación. Se trata de un verdadero oasis en el Distrito Federal.

La importancia de que un afluente con esas características exista en la ciudad, reside en varias causas: una de ellas es que la capital empieza a conocer la sed. Las fuentes que la abastecen se agotan. La región donde se encuentran las presas del sistema Cutzamala, por ejemplo, tuvo poca precipitación pluvial durante 2008. En la actualidad, se hallan al 45% de su capacidad, 22% menos de lo que almacenaron en años inmediatamente anteriores, durante esta misma época. Esta situación provoca el racionamiento de la distribución del servicio de agua potable. La Comisión Nacional del Agua, el Sistema de Aguas de la Ciudad de México y la Comisión de Aguas del Estado de México anunciaron en febrero pasado que la última semana de cada mes, durante el estiaje, 10 delegaciones no tendrán servicio de agua.  Cinco y medio millones de habitantes en el valle sufren ya las consecuencias de esta medida.

El Río Magdalena puede aprovecharse para enfrentar situaciones como la que vive actualmente el d. f. Según el Estudio Integral del Río Magdalena, presentado por la Facultad de Ciencias, el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias y el Centro de Estudios de la Atmósfera del la UNAM, este río mana en promedio 20 millones de metros cúbicos de agua al año, de los cuales sólo se aprovecha una tercera parte y el resto se pierde en el drenaje.

Pero otra razón que le confiere importancia al Río Magdalena es el valor que guarda, más allá de su riqueza hídrica. Su estatus de único río vivo de la ciudad hace que la zona en que se encuentra sea un espacio inusitado que reclama el cuidado de una pieza arqueológica o de un documento histórico. No es exagerado decirlo: por sus márgenes se ha generado una serie de producciones culturales que le confieren un valor agregado.

El rescate

A principios de 2007, el gobierno del d. f., a través de la Secretaría del Medio Ambiente, decidió elaborar un plan para sanear la cuenca del Río Magdalena. El proyecto “Salvemos al Río Magdalena” tiene por objeto establecer un programa integral de largo plazo que genere acciones de restauración y conservación de los ríos Magdalena y Eslava, ubicados en la zona de conservación al sur poniente de la capital, según lo indica el documento Términos de Referencia del Plan Maestro de Manejo Integral y Aprovechamiento Sustentable de las Subcuencas del Río Magdalena y Eslava.

Este documento refiere también que la elaboración del Plan Maestro se dividió en dos capítulos: uno denominado Río Magdalena y otro, Río Eslava; el primero asignado a la UNAM y coordinado por el Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad; el segundo asignado a la uam y coordinado por el Programa Universitario de Estudios Metropolitanos.

Estas instituciones hicieron los estudios interdisciplinarios necesarios para la elaboración del Plan Maestro de Manejo Integral y Aprovechamiento Sustentable de la Cuenca del Río Magdalena, instrumento técnico-científico que define los mecanismos que permitirán el saneamiento y la utilización adecuados del río. El Plan Maestro está terminado, y pronto la Secretaría del Medio Ambiente del d. f. emitirá una convocatoria para presentarlo ante los ciudadanos, quienes darán su anuencia para que se lleve a cabo.

La extensión del río

Manuel Perló Cohen, director del puec y encargado de dirigir al equipo interdisciplinario del Plan Maestro, describe el recorrido de las aguas: “El Río Magdalena tiene una extensión de 28 kilómetros. Nace en la sierra de las Cruces, uno de los sistemas montañosos que rodean el valle de México al sur poniente de la ciudad, a 3,600 metros de altura, en las faldas de un antiguo volcán, llamado San Miguel, junto al cerro de la Palma, en la delegación Cuajimalpa. De inmediato entra en la delegación Magdalena Contreras, desciende por la gran cañada de Contreras hasta Santa Teresa, cruza Periférico cerca de la zona de hospitales, reúne sus aguas en la presa de Anzaldo, que funciona como un gran vaso regulador cuando llega la época de lluvias. Más adelante, en San Jerónimo, el río se oculta y corre subterráneamente por lo que ahora es la avenida Río Magdalena. Franquea Revolución e Insurgentes y pasa por Chimalistac, cerca del metro Miguel Ángel de Quevedo, y queda nuevamente al descubierto en el puente de Panzacola, en la calle de Francisco Sosa, donde fluye paralelo a la avenida Universidad y al parque de los Viveros; atraviesa la calle Madrid y adelante se une al Río Mixcoac; y entre los dos forman el Río Churubusco”.

 “Es un paraíso durante 14 kilómetros —continúa Perló Cohen—, desde su nacimiento hasta donde empieza la ciudad. Es un lugar que visitan miles de personas que van a recrearse en el Parque Nacional los Dinamos, donde el agua todavía corre cristalina. La región más transparente del aire todavía se aprecia allí”.

En efecto, la sierra de Contreras tiene una vista privilegiada. Desde algunos de sus parajes se puede observar la amplitud de la ciudad más grande del mundo. Si se tiene la suerte de subir en un día limpio, la mirada se regodea con el paisaje urbano que se extiende a los pies de los volcanes: Santa Fe, el cerro del Chiquihuite, el Centro Histórico donde despunta la Torre Latinoamericana, el Hotel de México, Ciudad Universitaria. Pero resulta alarmante que sólo hacia el sur, hacia Xochimilco, un pequeño espejo de agua refleja un destello de sol, cuando antes abundaba el líquido en el valle.

El origen

Humanidades y Ciencias Sociales acudió a donde nace el río. Don Reynaldo Martínez, comunero de Contreras, fue el guía para llegar hasta allí. Al volante, sobre la carretera de Los Dinamos, platica: “esta carretera debió extenderse hasta Toluca, pero se suspendió el proyecto y sólo se construyó hasta lo que fue el cuarto dinamo”. Antes de tomar una curva, orilla su camioneta. Bajamos. Don Reynaldo nos enseña un manantial a la orilla de la cinta asfáltica: “he contado más de 200 ojos de agua que alimentan al río. No se puede creer que Contreras esté dentro del programa de una semana sin agua, cuado la tenemos de sobra. Abajo, en La Cañada, hay una planta de bombeo, pero no es suficiente; los contrerenses seguimos padeciendo la falta de agua”, acotó don Reynaldo.

Para llegar hasta el manantial principal se debe seguir la carretera de Los Dinamos y después continuar por un camino de terracería que serpea al lado del río. El camino deja apreciar las ruinas de las plantas generadoras de electricidad, pequeñas cascadas y hasta un sistema de estanques donde se crían truchas para consumo de los paseantes.

Después de más de una hora de rodar por una vereda cuesta arriba, la camioneta llega al pie del cerro de San Miguel. La soledad se agudiza con el sereno rumor del agua de manantial. Es una zona conocida como el Paraje del Gavión. Su nombre se debe a la represa que existe en el ojo de agua, cuyas dimensiones son parecidas a las de una piscina olímpica reglamentaria, pero con ocho metros de profundidad, según el guía. En este lugar ya no es posible atisbar la ciudad; el paisaje es dominado por los manchones de bosque. Aquí empieza también la historia del río, en un sitio casi inaudito dentro de la capital de México.

Del dominio de Tláloc al dominio fabril

Beatriz de la Torre, geógrafa y cronista de Contreras, en entrevista concedida a Humanidades y Ciencias Sociales, esboza la historia del río: “Atlictic es el nombre que los antiguos mexicanos le dieron a la zona donde nace y empieza a correr este río; significa el lugar donde abunda el agua o lugar rodeado de agua, debido a la gran cantidad de manantiales que hay dentro del bosque”.

“En la cartografía antigua, esta zona perteneció al cacique de Coyoacán, Iztolinqui, uno de los jefes que posteriormente sería aliado de los conquistadores para luchar contra los mexicas. El río era conocido como el gran Río de Coyoacán. Tomó su nombre actual cuando Hernán Cortés encomendó a la orden dominica la evangelización de los indios que habitaban esta parte de su marquesado. Los frailes entronizaron a María Magdalena como patrona y abogada de los indios conversos al catolicismo. Así fue como el gran Río de Coyoacán cambió su nombre por el de Río Magdalena”.

“Contreras fue un lugar muy importante en la época prehispánica; así lo revelan los vestigios de adoratorios a Tláloc, dios del agua, de la lluvia y de la fertilidad. El más importante de ellos es el que se encuentra en lo alto de lo que hoy se llama Cerro del Judío. Sin embargo, se han encontrado petroglifos y vasijas alusivas a esta deidad en toda la demarcación de Contreras”.

“En 1543, Cortés hizo la primera concesión de tierras de la Magdalena a Gerónimo de León, quien estableció el primer batán de la zona. Así nació la industria textil que se mantuvo hasta 1967. Todas estas fábricas —Contreras, Santa Teresa, La Hormiga, Loreto—  se extendían desde la sierra hasta Coyoacán. El río fue fundamental para estas industrias, y lo aprovecharon de distintos modos: su fuerza motriz para la creación de molinos y la generación de electricidad, así como para desechar los reductos de los insumos de producción”.

A juicio de Manuel Perló, “cuando los batanes se convirtieron en industria y empezaron a tirar productos químicos, el río entró en un proceso de degradación. Posteriormente, con la expansión de la ciudad pasó a ser vertedero de drenajes. Ante el problema, las insensibles autoridades encontraron como única solución, entubarlo. Así fue como el Río Magdalena sumó parte de su extensión a los 100 kilómetros de ríos de la capital que fueron articulados al sistema de drenaje citadino”.

José Martí en La Cañada

A la historia del río se deben agregar pequeños pasajes que están relacionados con la historia cultural de la ciudad de México.

El 8 de agosto de 1875, por ejemplo, fue inaugurada la escuela de primeras letras en el pueblo de la Magdalena. Para presidir la ceremonia acudió el entonces presidente de la República, Miguel Lerdo de Tejada. Uno de los periodistas encargados de cubrir la nota fue el poeta cubano José Martí, quien se desempeñaba como “repórter” de la Revista Universal.

En su crónica, Martí describe el recorrido desde San Ángel hasta Contreras, ilustrando el paisaje de la época. Después de inaugurada la escuela, hubo un convivio a la orilla del río, del cual dejó este testimonio: “henos aquí a todos en camino de la bellísima Cañada, donde a la sombra de aquellos árboles espléndidos, el rumor de aquella corriente accidentada y rápida, azul el cielo sobre nosotros, y en nosotros satisfecho algo rudo y severo que raras veces se contenta, esperaba sobre limpias mesas aromático y gustoso café”. Fue fugaz la presencia de Martí en la Magdalena, y su crónica se queda en el trabajo meramente periodístico, pero la dimensión del personaje obliga su mención.

Sobre las olas del Río Magdalena

En el libro Historia del vals mexicano Sobre las olas, de José Luis Barros Horcasitas, se lee este testimonio de José Reina, un habitante de Contreras amigo de Juventino Rosas, autor del vals: “Juventino se pasaba grandes temporadas en Contreras, y en sus momentos de ocio daba rienda suelta a su inspiración, componiendo continuamente bailables que hacían eco en el pueblo. Así nació Sobre las olas, a la vera de un gallinero, encima de sucia mesa de una cocina, escuchando el zumbido de las coloreadas aguas de los derrames de las fábricas”.

Se dice que este pasaje debió ocurrir en 1887. El vals se popularizó con rapidez; pero la pobreza en que se encontraba su autor lo obligó a vender los derechos de esta obra y del chotís Lazos de amor a la Casa Wagner y Levien por 45 pesos.

Por su parte, Beatriz de la Torre abunda sobre la presencia de Juventino Rosas en el pueblo de la Magdalena: “Él había desertado del ejército y necesitaba refugio. Lo encontró en la sierra de Contreras. Era muy joven. Debió tener entre 19 o 20 años cuando compuso su famoso vals. Tenía mucho talento. Dedicó piezas a las damas de la aristocracia porfiriana. Fue primer violín de la orquesta que acompañaba a Ángela Peralta. Aquí, en la delegación, es muy estimado; la escuela principal se llama Juventino Rosas y la Casa de las Bellas Artes también lleva su nombre”.

El caballete de Velasco en San Ángel

José María Velasco fue otro de los artistas seducidos por la belleza del Río Magdalena. Aún estudiante en la Academia de San Carlos, merodeaba el sur en busca de escenarios para ejecutar su arte, y no fueron pocas las veces que se detuvo en las intrincadas barrancas de Tizapán, San Ángel y Coyoacán, en cuyas orillas estaban las fábricas de La Alpina, La Hormiga y Loreto, así como el puente y la iglesia de Panzacola. Resultado de esas excursiones son las obras: Iglesia y puente de Panzacola (1860), Puente rústico en el río de San Ángel (1862), Cañada de la Magdalena (1862) y El cabrío de San Ángel (1863). Salvo la primera, estas pinturas forman parte de la colección del Museo Nacional de Arte, donde se exhiben permanentemente.

Un lugar santo

Chimalistac es, quizás, el lugar más emblemático por donde pasa el cauce del Magdalena. Lo es porque algunos cronistas presumen que allí se labró la Piedra del Sol o Calendario Azteca, una de las esculturas más importantes del arte prehispánico. Lo es también por sus construcciones de tipo colonial, como los tres puentes que se aprecian en la calle Paseo del Río, la Cámara del Secreto y la capilla de San Sebastián, erigidos por los frailes carmelitas en el siglo xvii.

Chimalistac fue requerido como set cinematográfico para filmar algunas escenas de películas mexicanas como El escapulario (1966), de Servando González; Los Caifanes (1966), de Juan Ibáñez, y La vida inútil de Pito Pérez (1969), versión de Roberto Gavaldón.

Sin embargo, lo que le otorga mayor identidad a esta parte de la ciudad es que el escritor Federico Gamboa lo tomó como escenario de Santa, una de las novelas más leídas de la literatura mexicana. A un costado del templo de San Sebastián existe una calle con ese nombre, donde está la casa que fue morada pública de este personaje.

Vale la pena rescatar aquí un fragmento de esa obra donde se retrata el paso del río y la manera en que era utilizado por las industrias textiles: “Ya no podían vadear el río por encima de los pedruscos inmóviles, porque las fábricas que durante el día han aprovechado su corriente y apresándola, a esas horas danle rienda suelta y él crece, recupera su imponente volumen. Debían, pues, caminar por la otra rivera, de vereda angostísima, y ganar el peligroso puente, el tronco del árbol labrado a hacha, sin barandal ni amparo, que reclama agilidad, firmeza y hábito en quien se arriesga a cruzarlo”.

Apología del río

En opinión de Beatriz de la Torre, se debe tomar conciencia de la majestuosidad pasada de los bosques de la Magdalena: “en el pasado reciente se diseñaron planes para rescatar al río que fracasaron. Sólo con medidas serias, analizadas y fundamentadas en en-foques multidisciplinarios se puede salvar este grandioso lugar, ‘el tlalocan’ de nuestros antepasados”, y heredarlo a las generaciones venideras.

Por su parte, el doctor Perló Cohen repuntó: “desde hace mucho tiempo, la UNAM estudia las cuencas hidrológicas de México, una de las cuales es la del Río Magdalena. Gracias a ello hoy se conoce su morfología, su biodiversidad y la cantidad de agua que genera”.

“Ya hubo otros intentos de rescate del Río Magdalena que no tuvieron éxito, pero este proyecto que coordina la Universidad, a petición del gobierno del Distrito Federal, es el primer plan integral. Significa esto la reunión de un equipo de investigadores de la Facultad de Ciencias, de los institutos de Ingeniería y de Geografía, de la Facultad de Arquitectura y del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad. De manera conjunta estudiamos y analizamos el río en sus aspectos hidrológico, biológico, cultural, histórico, social, antropológico y hasta legal”.

La investigación arrojó muchas carpetas que conforman un diagnóstico y una propuesta general de trabajo. El gobierno capitalino dará a conocer una síntesis de estos resultados en los próximos meses. Después se pedirá el consenso de la ciudadanía para empezar las obras. El rescate llevará tiempo. En un lapso de 5 a 10 años tendremos resultados.

Se pueden agregar aspectos de tipo arqueológico y paleológico, como las ofrendas rituales dedicadas a Tláloc que reportó Alfonso Caso en el Boletín del Museo Nacional de Arqueología en 1932, halladas en lo que hoy es La Otra Banda, frente a Plaza Loreto; o el esqueleto de mamut hallado cuando se construía la Unidad Independencia en 1960. Pero lo enumerado en este ensayo basta para señalar la riqueza histórico-cultural de la cuenca del Río Magdalena, que es directamente proporcional a su riqueza hídrica.