Marzo de 2009
Año V, Número 39


El mundo es el mismo en todas partes

Carolina Depetris*

Es bien conocido hoy por los estudiosos de las cuestiones mayanses el informe sobre Palenque que, por orden de Carlos III, presentó el capitán Antonio del Río al presidente de la Audiencia de Guatemala, José de Estachería. Escrito en 1786, el documento escapa de la celosa política de secreto borbónica una vez que México se independiza de la metrópoli y, a pesar de los insistentes reclamos del flamante gobierno mexicano, es llevado a Londres y publicado finalmente en inglés en 1822 por Henry Berthoud.

La edición inglesa altera el texto original y también las imágenes trazadas por Almendáriz que lo acompañan. Esta última modificación estuvo a cargo de un curioso personaje, Jean-Frédéric Maximilien de Waldeck, quien, tres años más tarde, huyendo de una lamentable situación económica en Londres, desembarca en Tampico con 59 años para trabajar como "maquinista" (el antiguo ingeniero de hoy en día) de una compañía de minas de Tlalpujahua.

"Bon à tout, mais n'excellent en rien", como él mismo se define, Waldeck se instala luego en la ciudad de México donde, siempre escaso de dinero, monta un espectáculo de fantasmagoría, decora diferentes óperas, canta también en muchas de ellas, imparte clases de dibujo y pintura, realiza litografías y retratos en miniatura, monta una casa de juegos hasta que, en 1831, consigue vender al gobierno mexicano un ambicioso proyecto arqueológico: viajar durante dos años por Palenque y recoger allí información científica sobre el lugar.

Lo cierto es que Waldeck abandona las ruinas poco después de haber llegado, al parecer enfermo de gonorrea, y pasa a Tabasco, asolado entonces por el cólera. Logra superar el cerco sanitario de Campeche; de allí pasa a Sisal, luego a Mérida, hasta que, después de "trepar a pie las inmensas masas de roca" de la sierra Puuc, el 12 de mayo de 1835 llega a la hacienda de Uxmal y conoce las ruinas vecinas. Y aquí, exaltado por ser el primer viajero que las visita, se dispone a examinarlas para proyectar algo de luz sobre el misterio del origen del pueblo maya y, de paso, tratar de conseguir los 3,000 francos y la medalla de oro prometida por la Société de Géographie de París en 1825, a

la que aportara noticias e imágenes fiables sobre América Central.

Algunos de sus dibujos y litografías se publicarán luego de mucha insistencia en 1866, en el texto de Brasseur de Bourbourg, Monuments Anciens du Mexique, Palenque et Autres Ruines de l'Ancienne Civilisation du Mexique, tres años después de que Désiré Charnay diera a conocer, en Cités et Ruines Américaines, Mitla, Palenque, Izamal, Chichén Itzá, Uxmal, las primeras fotografías de Palenque.

Las estampas de Waldeck evidencian una enorme pericia para el dibujo pero, como sugiere M. Angrand, miembro de la comisión del Ministerio de Instrucción Pública de Francia que estudió la posibilidad de publicar esas láminas, esta habilidad traduce un gusto exagerado por el detalle que las convierte en "un error y un peligro", porque su autor traza sobre el papel "algunas cosas que no vio en realidad".

Con similar resultado, sus pesquisas arqueológicas, expuestas de manera desordenada en Voyage Pitto-resque et Archéologique dans la Province d'Yucatán pendant les Années 1834-1836,1 apelan a la imparcialidad de observación y se apoyan en un análisis supuestamente inductivo de los restos de edificios encontrados y en disquisiciones de orden etimológico que siguen la estela de la lingüística comparada de William Jones, para concluir tajante: "En suma, todo hasta hoy en las figuras y en los jeroglíficos de los mayas me recuerda un origen asiático".

La nariz aguileña o el calzoncillo apretado en el bajo de la pierna de las figuras que encuentra en Palenque son señales incuestionables del vínculo ancestral que existe entre los mayas y los hebreos. Los mayas, para Waldeck y -el dato no es casual- también para su mecenas lord Kingsborough, serían los descendientes de las tribus perdidas de Israel dispersas después de haber sido atacadas por el rey de los asirios, Salmanasar, entre el 732 y el 724 antes de Cristo.

ambién otros indicios, como la trompa de elefante que descubre en los mascarones de Chaac en Uxmal; las figuras al culto de lingham en Palenque; imágenes del laúd indio o vina; la misma palabra "maya", que significa en lengua hindú "madre de la naturaleza y de los dioses", sugieren un tiempo pretérito de este pueblo de América Central ubicado en las Indias Orientales.

Era muy difícil, si no imposible, para un hombre de finales del siglo XVIII, no buscar el pasado del Nuevo Mundo en el Viejo, y muchas son las aristas por las que podríamos aventurarnos a indagar la razón por la que Waldeck rastrea el origen de los mayas en Oriente. Elijo, entre tantas, ésta: hay un cambio en el concepto de viaje, al que Waldeck no es ajeno, a partir de la última Ilustración y durante el romanticismo.

A raíz de los descubrimientos de Pompeya y Herculano y, desde allí, de todas las distintas civilizaciones antiguas que Europa irá conociendo en el mundo clásico pero especialmente en el norte de África, en Oriente y finalmente en América, el traslado geográfico que supone todo viaje irá acompañado por un desplazamiento hacia el tiempo pasado.

Paradigmática es esta cita de Joseph-Marie Degérando relativa a su viaje a Australia en 1799: "El viajero filosófico, navegando hacia los confines de la tierra, navega en el tiempo; está explorando el pasado. Cada paso que da es el paso de una época". Al principio, después de Historia del viejo arte entre los griegos, de Winckelmann, el viajero europeo, en especial el viajero del Grand Tour, transitará por el pasado clásico de Europa pero, a medida que el pensamiento ilustrado se interna en el idealismo romántico, el viaje en el tiempo se pensará en términos más abarcadores y verá en Oriente su punto inicial.

Esto es así porque pensar el pasado formará parte de un programa de análisis crítico que durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX comenzará a reflexionar sobre el sujeto histórico, sobre el origen y destino de la historia. Por esos años, Voltaire, Herder, Kant, Schiller, Wilhelm von Humboldt y Hegel son algunos de los pensadores que se cuestionan sobre la ontología del sujeto histórico, sobre la existencia de una ley constante que defina el devenir de este sujeto, sobre el progreso como finalidad del tiempo histórico, sobre una teleología positiva o negativa para dicho progreso.

Estos asuntos subyacen en la enciclopedia -por usar el término de Eco- de los viajeros ilustrados y románticos, y las grandes empresas colonizadoras y científicas, como la campaña de Napoleón a Egipto o el viaje de Humboldt por América, están empapadas del gran proyecto filosófico de acertar con explicaciones totales sobre la historia de la humanidad.

Dos concepciones coexisten en esta manera de comprender la historia de los hombres: por un lado, la historia es una línea de continuo progreso que se desenvuelve hacia un final perfecto; por otro, está conformada por épocas enlazadas orgánicamente, cada una con su ley y tipos ideales.

En sus lecciones compiladas por sus discípulos y hoy publicadas como Filosofía de la Historia, Hegel sostiene que la historia viaja de este a oeste, siendo Asia su comienzo y Europa, en concreto la Europa germánica, su final más cumplido. En contraparte, para Herder, en Otra filosofía de la historia de la humanidad y en Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad, cada época y cada civilización tienen un valor individual inalienable.2

Pero ya sea en su vertiente dialéctica u organicista, gracias a las reflexiones en torno al problema de la historia, Oriente ingresa en el mapa histórico de la humanidad y se afianza como origen. De estas posiciones surgirá una fuerte conciencia planetaria que encontrará vínculos cercanos en realidades distantes y que registrará el mundo, lo describirá y ordenará en sistemas abarcadores.

Esta conciencia estará presente en científicos como Linneo, en músicos como Beethoven y en poetas como Baudelaire, y hará que viajeros como este supuesto noble de origen incierto, discípulo de David, Vien y Prudhon, pretendido partícipe de la campaña de Napoleón a Egipto, presunto corso en el océano Índico y probable acompañante de Cochrane en la liberación de Chile, viaje por tierras ajenas, convencido, en realidad, de que "el mundo es el mismo en todas partes".

*Carolina Depetris, investigadora del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (CEPHCIS).
1 Un ejemplar original se encuentra en el Fondo Reservado de la Biblioteca del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. En su versión castellana, el libro fue publicado en 1996 por CONACULTA en la colección Mirada Viajera.