Marzo de 2009
Año V, Número 39


Origen y retos de la Red Centroamericana de Antropología

Gabriel Ascencio Franco

La Red Centroamericana de Antropología celebró en febrero pasado el VI Congreso Centroamericano de Antropología en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, organizado por un comité interinstitucional encabezado por el Programa de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Mesoamérica y el Sureste (PROIMMSE-IIA-UNAM). Reunió a más de 300 ponentes, conferencistas y comentaristas en torno al tema "La antropología en Centroamérica. Reflexiones y perspectivas".

La Red Centroamericana de Antropología reúne a los representantes institucionales de las entidades académicas de la región, dedicadas al cultivo de la disciplina bajo el principio de "una entidad un represen-tante, un país un voto". Su constitución partió de la iniciativa, el esfuerzo colectivo y la voluntad de un selecto grupo de profesionales con el propósito de configurar una antropología centroamericana con identidad propia, en concordancia con las diferentes culturas y problemas del área. Surgida en 1994, a la fecha su principal labor ha sido la organización y celebración de seis congresos con la asistencia de especialistas y estudiantes de la zona y de otros países con temas de investigación afines al área centroamericana, a quienes la red busca también enlazar permanentemente, convirtiéndose en un canal de información, comunicación y discusión académica.

Su antecedente puede remontarse al menos a 1987, cuando la Asociación Costarricense de Antropología se propuso organizar un primer encuentro centroamericano y explorar las posibilidades de crear una Asocia-ción Centroamericana de Antropología. Con ese objetivo, sus representantes se reunieron con los antropó-logos de la Universidad de San Carlos de Guatemala, país que junto con Costa Rica contaba con la carrera de antropología. Perseguían reforzar la cooperación entre las universidades, promover la organización de un posgrado centroamericano y la realización de investigaciones conjuntas con apoyo del Consejo Superior de Universidades de Centroamérica, dada la imposibilidad de hacerlo por separado ante la debilidad de las licenciaturas existentes en ambos países, inmersas en los departamentos de Historia y Sociología respectivos y en la peor situación de marginación de la antropología en las universidades de los otros países.

El resultado de ese acercamiento fue la celebración de un primer encuentro centroamericano, el impulso guatemalteco al proceso y la celebración, en diferentes países, de cinco talleres apoyados por el Consejo Superior de Universidades de Centroamérica. En aquellos años se hizo hincapié en asuntos como la perse-cución política, la falta de apoyo a los programas de antropología, la presencia de antropologías foráneas y la inquietud de entender Centroamérica como una región, abandonar el indigenismo asimilacionista de la tradi-ción mexicana y lo que se conocía como antropología cultural norteamericana: "antropología de la ocupa-ción". Sin embargo, por una parte Belice se había independizado apenas en 1981 y Guatemala lo conside-raba suyo; y, por otra, Panamá seguía ausente del imaginario centroamericano. Se continuaba hablando de Centroamérica y Panamá, y el sur de México permanecía desconectado de Centroamérica.

En 1992 concluyó el ciclo de talleres y pasaron dos años antes del surgimiento de condiciones favorables para reactivar la colaboración y una nueva etapa de trabajo en la red. Jugó en ese momento un papel muy importante el Instituto Chiapaneco de Cultura, dirigido por Andrés Fábregas, quien encabezó un primer en-cuentro Chiapas-Guatemala en 1990, y tres encuentros sucesivos de intelectuales de México y Centroamé-rica que propiciaron la organización del primer Congreso Centroamericano de Antropología en San José de Costa Rica, en octubre de 1994, donde se creó formalmente la Red Centroamericana de Antropología.

Con la asistencia de colegas mexicanos en la fundación de la red provenientes del Instituto Chiapaneco de Cultura, el CIESAS y la UNAM, se amplió la perspectiva geográfica, histórica y cultural. Así se expresó en el segundo Boletín Informativo del Congreso, publicado en agosto de 1994, donde se difundió la intención de ampliar y reanimar la red con la participación del sur de México y Panamá.

A partir de entonces se viene conformando una lista de personalidades históricas de la red que asegura-ron la continuidad, a pesar de los cambios y las discrepancias internas en cada país y entidad académica. Estas divergencias, para entenderlas de manera positiva, fueron centrales para asegurar la permanencia de instituciones y ampliar la participación a otras de reconocido prestigio. Sin embargo, la divisa de un repre-sentante por entidad académica y un voto por país, surgida en la reunión anual celebrada en la ciudad de Guatemala el año 2007 -en que se sancionó el reglamento mínimo que la orienta y se precisó la naturaleza institucional no personal de la membresía-, busca asegurar la equidad en la representación y el fortaleci-miento de la red mediante su institucionalización, encaminada a procurar mayor transparencia en la toma de decisiones y evitar dar al traste con la orientación centroamericana y centroamericanis-ta de la misma ante el creciente interés de programas mexicanos por incorporarse a los trabajos de la red.

A 15 años de su creación, es palpable que su consolidación está íntimamente ligada al desarrollo de los congresos, cuya celebración fue fortaleciendo una estructura y base de apoyo universitaria que permitió su ampliación y el apuntalamiento de los programas académicos emergentes en Panamá, Nicaragua y El Salvador, así como el de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, que arranca el presente año y organizará el VII Congreso en Tegucigalpa.
Para terminar estas notas sobre la Red Centroamericana de Antropología sintetizo, como en buena me-dida hago en los párrafos anteriores, la opinión de la doctora costarricense Margarita Bolaños, que ha dedi-cado gran parte de su labor a sistematizar la experiencia de la antropología en Centroamérica. Desde su punto de vista, los elementos que favorecieron el surgimiento y continuidad de la red son:

En primer lugar, la coyuntura política de los ochenta en Centroamérica favoreció un clima intelectual en Costa Rica muy adecuado para pensar la antropología centroamericana; por ello, las inquietudes que lleva-ron al primer Congreso se desarrollaron allí, enriqueciendo a los costarricenses y constituyéndolos en el puente entre las antropologías de la región durante las turbias y revueltas aguas del periodo.

En segundo lugar, la presencia y el compromiso del Consejo Superior de Universidades de Centroamérica que, a pesar de sus limitaciones económicas, supo apoyar en los momentos oportunos las propuestas.

En tercer lugar, la participación de las instituciones mexicanas que han contribuido con el desarrollo de la red durante estos 15 años. No es casual que, conforme se consolidaba el proceso, aumentaba la membresía de las instituciones académicas mexicanas. Hay que destacar que un número importante de los miembros centroamericanos de la red se formaron o mantienen relaciones académicas con los mexicanos.

En cuarto lugar, la permanencia de personas comprometidas con la red, quienes supieron lidiar con las diferencias de enfoque respecto a la manera de cumplir con los objetivos propuestos. Esta disposición creó un clima de trabajo muy agradable. Cada institución se esmeró en ser la mejor anfitriona, en hacer el mejor congreso. Una buena mezcla de solidaridad y competitividad.

En quinto lugar, se debe reconocer la tenacidad de la delegación guatemalteca para buscar enfoques teóricos metodológicos propios, necesarios para avanzar en la comprensión de la realidad centroamericana. Sin duda, esta actitud motivó a los demás a ser críticos y experimentar con nuevas orientaciones.

En sexto lugar, una participación estudiantil cada vez más interesada en colaborar en los congresos y en la presentación de sus resultados de investigación. Este interés estudiantil, particularmente de los guatemal-tecos, estimuló al cuerpo docente y sus autoridades a garantizar su participación.

Por último, cada congreso se convirtió en una valiosa oportunidad para conocer los países anfitriones, sus instituciones, su gente, su historia, su diversidad cultural, sus problemas y sus bellezas naturales. Cada viaje ha sido una aventura antropológica para llegar a cada destino y para abarcar en el recorrido el mayor número de lugares, muchos referidos en las lecturas propiciadas en los cursos.

Sin embargo, resta profundizar en temas que han sido ampliamente tratados, pero falta llegar a su sínte-sis y formalizar proyectos regionales, proyectos que se compartan en un posgrado conjunto. Un doctorado es inaplazable necesidad para las jóvenes generaciones. Las instituciones pertenecientes a la red cuentan ahora con un cuerpo docente altamente calificado, centros de información especializados y una amplia pro-ducción bibliográfica y documental que posibilitan lograr, dada la comunicación y colaboración alcanzada con la consolidación de la red, la consecución de los cometidos de la reunión de 1987 entre costarricenses y guatemaltecos: establecer grupos de investigación entre colegas de diferentes países y un doctorado cen-troamericano de antropología.