Diciembre de 2008 - Enero de 2009
Año V, Número 37


Documentalia

Tedium vitae

De Amado Nervo
Especial para El Imparcial

Dicen del fastidio que es una enfermedad moderna… como el apendicitis.

Yo creo que es simple achaque de este momento histórico. Nos fastidiamos porque somos civilizados sin serlo aún bastante.

El fastidio ataca a los cerebros medianos; es signo de elevación relativa, y cesa, o cuando ya se piensa, o cuando ya se piensa demasiado alto.

La gente del pueblo no se fastidia. Recuerdo haber visto a los indios de nuestras haciendas, pasar un domingo entero a las puertas de sus chozas, en actitud de ídolos, sin cruzar más de dos o tres frases por hora. Ésos no conocen el tedio. En cambio, en las clases media y alta de la sociedad, el tedio nos acecha día y noche.

Basta la noción de que tenemos delante una o dos horas a las que, por imprevistas, no sabemos qué empleo dar para sentir la nerviosidad, el desabrimiento, la desazón precursores del spleen más negro y rabioso.

Éste se caracteriza por la actividad inútil de nuestro pensamiento, por el cual van y vienen ideas inoportunas, deduc-ciones nimias e inacabables, imágenes monótonas, recuerdos desmadejados, presentimientos molestos. Queremos leer, y aquel enjambre de moscones que se sobreponen a la lectura, la hace vana y estéril. Queremos andar, y no hacemos más que pasear la balumba interior, el entreveramiento aquel de cerebraciones triviales y enojosas. Ansiamos la inconsecuencia del sueño; pero el sueño no puede adormecer tantas imágenes e ideas en pugna.

Un estado así, de prolongarse, puede llevar al hombre al suicidio.

A la mujer la lleva a todos los absurdos y a todas las locuras.

Cuidad de que aquella a quien amáis, no se fastidie nunca. La miseria, los disgustos, el desamor, los celos, son pruebas de las que puede triunfar, de las que triunfa de hecho a cada paso una mujer amante. Del fastidio, casi no triunfa ninguna.

Cuando una mujer dice: "Mi marido me maltrata", "mi marido me engaña", "mi marido me arruina", "mi marido me abandona", hay remedio, hay una posibilidad de paz.

Cuando una mujer dice: "Me fastidio", está al borde de todos los vórtices, de todos los abismos, hablando en términos trágicos, o en vías de meter la deliciosa y bien o mal calzada patita, expresándonos en términos familiares.

Las mismas bestias, llegadas a un estado relativo de cerebración gracias a la perenne sociedad del hombre, se fastidian, cuando están solas. El perro y el gato, especialmente, sienten y aman el suave y silencioso influjo de nuestra presencia.

Los gatos dormitan en paz cerca de aquellas gentes a quienes aman; gustan de verlas trabajar y las siguen por toda la casa sin otro interés que el de su compañía.

Si los dejáis solos, se entristecen. Sus ojos de topacio, rayados de azabache, os siguen mansamente en vuestras tareas, con una expresión beata, y se agrandan inquietos si ven que os alejáis.

En cambio para las bestias inferiores, la sociedad es inocua, el fastidio no existe.

El fastidio, el aburrimiento, denuncian, pues, un estado medio de evolución, una mentalidad media.

Se extienden a través de una zona bien determinada, que va desde tal a cual cantidad de pensamiento, por decirlo así. Más abajo está la inconsciencia, más arriba está el éxtasis.

El sabio no se fastidia nunca, por la inagotable serie de deducciones de que es capaz. Dejad a Edison y a un hombre medianamente inteligente en la soledad de un paseo. Mientras el hombre medianamente inteligente, después de mirar los árboles y los prados, querrá irse, escapar al desabrimiento de sus imaginaciones, al tráfago de esas ideas nimias de que hablábamos, Edison habrá cogido un guijarro, lo habrá mirado y remirado, lo habrá hecho objeto de un análisis lleno de acierto, y de inducción en indicción, habrá formulado una ley, y de ley en ley, habrá ordenado un mundo.

Ni sabrá que ha venido la noche, ni sentirá el aletazo del frío. Será preciso que el guarda le diga: "Señor Edison, vamos a cerrar la verja; idos a casa, es tarde".

Pero hay un hombre todavía más allá del sabio, un hombre que no sólo no sabrá que existe el fastidio, sino que hasta ignorará que existe el tiempo; un hombre que habrá llegado a la plena abstracción, el asceta, así se trate del estilista del Ganges, como del monje cristiano en éxtasis.

Este hombre vivirá en otro plano, en el plano superior en que misteriosamente radia nuestro subconsciente, en la esfera de la serenidad absoluta, en donde ya no existen las ilusiones del espacio y del tiempo; donde Siddharta Gautama halló, después de plena renuncia de sí mismo, la finalidad suprema de todas las cosas…

El Imparcial, 10 de mayo de 1909, p. 4.