Diciembre de 2008 - Enero de 2009
Año V, Número 37


País de mentiras

Por Sara Sefchovich*

País de mentiras es un texto en el que demuestro que el discurso público que los mexicanos escuchamos de boca de nuestros políticos, eclesiásticos, empresarios y comunicadores, que son quienes tienen voz en el acontecer cotidiano en referencia a los asuntos que nos atañen como sociedad y que están colocados en un lugar que les confiere poder a la hora de usar esa voz, tiene poco que ver con los datos de la realidad reunidos por académicos y estudiosos, instituciones nacionales e internacionales, activistas y ciudadanos.

Pero si este modo de funcionar tiene una larga historia, pues la mentira ha formado parte de nuestro discurso público desde tiempos inmemoriales, sucedió la paradoja de que con la llegada de la alternancia política a principios del siglo XXI, que supuestamente era la señal del paso a la democracia, ella no sólo creció y se reprodujo hasta dimensiones insospechadas sino que se convirtió en la única forma de gobernar.

Y esto fue así, porque el proceso democratizador nos obligó a considerar necesario todo el paquete que lo conforma, que incluye la transparencia y el derecho de los ciudadanos a la verdad, la igualdad y equidad, la participación; pero dado que la nuestra es una cultura en la que nada de eso existe, pues nos obligó a la franca mentira, con el fin de pretender que ese cambio que tanto nos anunciaron y que tanto habíamos deseado, realmente había llegado. Fue allí y fue entonces cuando agregamos a nuestros discursos tradicionales (los de la educación como prioridad, la consideración de la familia como el fundamento y lugar de amor, el respeto a los indios y la importancia de lograr la justicia social) los que la co-munidad internacional puso de moda (como el respeto a los derechos humanos, al medio ambiente y a la diversidad religiosa, cultural, sexual, ideológica), y que nosotros, en el afán de ser aceptados por ella, quisimos creer que creemos porque son los política y culturalmente correctos de nuestro tiempo.

Pero ¿y luego qué?

Luego, simple y llanamente, no cumplimos nada de eso. Pero tampoco lo reconocimos.

Por eso, la manera de gobernar en nuestro país consiste en mentir. Nunca como ahora ha sido tan necesario hacerlo: decir que la nuestra es una economía sólida, que hay crecimiento y estabilidad social, aceptación internacional, éxito en la lucha contra la contaminación y contra el narcotráfico, que somos una sociedad multicultural, que negocia los conflictos sociales y cree en la necesidad de apoyar la cultura. Nuestros poderosos nos mienten sobre la seguridad y sobre la di-mensión de la pobreza, se llenan la boca con palabras como democracia, nación, justicia, pero de discurso no pasa.

La mentira toma formas diversas: promulgar leyes, crear montones de instancias burocráticas, firmar todos los con-venios del mundo respecto a todas las causas, las buenas, las excelentes y las mejores. Pero a las leyes no se las aterriza para que puedan funcionar, son ambiguas e incompletas, las instituciones no cumplen con su cometido y los convenios son letra muerta. Se inventan y manipulan cifras e imágenes, se da información tergiversada, no se llama a las cosas por su nombre, se minimizan, niegan, ocultan o silencian hechos. Y aunque los poderosos nos hacen las promesas y ofrecimientos más excelsos e incluso los informes de resultados más alentadores, poco de eso se lleva a cabo y mucho de lo que se asegura que se hace no se hace.

La mentira ha servido para tapar lo que no se cumple, para mantener la ilusión y evitar el conflicto, y como estrategia de legitimación pues, diría Jean Franco, con ella se puede usar el discurso de la responsabilidad y del compromiso sin que realmente se asuman ni la responsabilidad ni el compromiso. Nuestros poderosos se la han pasado envolviendo en palabras y más palabras la promesa incumplida, el proyecto no realizado, la trampa, la improvisación y la negligencia, la corrupción y el fracaso. Aunque pasen los años y las modas ideológicas, aunque cambien los partidos en el poder y los funcionarios en el gobierno, a los ciudadanos nos mienten una y otra vez. Los discursos de logros y avances, de respeto y cuidado, de apoyo y solidaridad, de gestión y acción, no son una práctica sino, como diría Elizabeth Jelin, pura palabra vacía. Ya ni siquiera sabemos si somos una nación y si tenemos una identidad y no tenemos un proyecto a futuro, cuestiones de las que hace apenas unos años nadie dudaba.

La mentira es la esencia de nuestra vida política y lo que le permite seguir funcionando. De no haber recurrido a ella, el poder se habría visto obligado a reconocer públicamente que no cumplió ni alcanzó objetivos y, peor todavía, que no puede hacer nada al respecto. Es "una solución según un cálculo de oportunidad", diría Pietro Barcellona, para conservar el poder aunque sea "en el mercado de la opinión", como afirma Guy Sorman.

El libro está dividido en dos partes. En la primera se establece la existencia de la mentira en el discurso público mexicano, mostrando uno tras otro ejemplos en los ámbitos más diversos, organizándolos y clasificándolos. Un capítulo tiene que ver con las mentiras que escuchamos día a día en sus múltiples y muy diversas formas, otro con las grandes mentiras, tanto las que dicen para consumo de los nacionales como las creadas para los oídos internacionales y uno más con las mentiras graves. En la segunda parte voy más allá, hasta explicar el porqué de este modo de funcionar, de dónde viene y cómo ha podido florecer. Hablo de las razones históricas, lingüísticas y culturales, así como del "piso social" que la sustenta, pues para que ella ocurra como ocurre y sea como es, es porque mentir es un código y una práctica socialmente aceptados y compartidos. Aquí ya no sólo pretendo documentar que la mentira está presente en el discurso público de manera deliberada, decidida, consciente y sistemática, sino también que es inevitable por necesaria y funcional y que por lo tanto no se la va a dejar de usar, al menos en el corto plazo. Y por último, hablo también de las consecuencias, pues mentir una y otra vez, durante años y años, no ha sido impune, sino que nos ha llevado a la desconfianza, el desinterés e incluso la desesperanza.

El libro está elaborado con diversos tipos de materiales tanto académicos como periodísticos. Éstos para recoger el día a día y aquéllos para profundizar en cada uno de los temas y comparar lo que nos dicen desde el poder con lo que afirman los estudiosos. Recurro también a entrevistas y declaraciones de militantes y activistas, así como opiniones de ciudadanos. Por lo que se refiere a la interpretación, se sustenta en textos de teoría y en propuestas de análisis que son producto de tres décadas de pensar en México desde una perspectiva sociológica y cultural. El resultado es, como quiere Teun A. van Dijk, una denuncia que es al mismo tiempo una cuestión política y una mirada científica sobre la realidad.

México no es hoy el mismo que era hace veinte, cincuenta, cien años. Eso significa que con todo y la brecha que existe entre discurso y realidad, de todos modos las cosas caminan, aunque sea "informe y caóticamente entre las ruinas del desperdicio burgués y la expansión capitalista", como dice Monsiváis.

Hoy tenemos carreteras y puentes, armas y tractores, bancos y universidades, hospitales y cárceles, hoteles y tiendas, fábricas y oficinas, medios de comunicación y medios de transporte. Hoy millones de niños asisten a la escuela y reciben sus vacunas, las personas van a trabajar al campo y a las oficinas, a pasear, de compras y de viaje. Hoy le vendemos y le compramos al mundo, recibimos sus inversiones y nos invitan a sus cumbres. Incluso tenemos algo que mal que bien podríamos calificar de democracia, que aunque incompleta y precaria, sí ha traído consigo cambios culturales como la libertad de expresión y la aceptación de nuevos valores en algunos campos.

¿Quiere decir esto que nuestro modo tan particular de funcionar ha funcionado y que jugar con nuestras propias reglas nos ha permitido de todos modos avanzar?

Octavio Paz creía que la mentira nos había hecho un daño moral "incalculable", Francisco Bulnes hasta llegó a considerarla delito y Justo Sierra afirmó que por culpa de "nuestra aversión radical a la verdad, la nación mexicana era uno de los organismos sociales más débiles, más inermes de los que viven dentro de la órbita de la civilización".

Yo no veo a la mentira ni como cuestión de pecado como creen las iglesias, ni como cuestión de principios y de pureza, como les gustaría a las izquierdas y a las derechas por igual, o de ilegalidad, que es como funciona la jurisprudencia norteamericana. Ni siquiera quiero darle a la verdad una asignación de superioridad tal, que la mentira quede como un absoluto mal y la verdad como un bien total, como dice Noé Jitrik.

Sin embargo, existe un principio de verdad que reside en la razón humana y que es el fundamento de la ética y del derecho, necesarios para vivir en sociedad. Ello hace que la verdad sea un valor.

En mi investigación tomo a la verdad de manera cartesiana, como evidencia, adecuación, correspondencia, con-cordancia, ausencia de contradicción entre lo que se dice y lo que es. Entonces, negar que hubo muertos durante un operativo policiaco ya no es "un punto de vista" sino una mentira abierta; decir que el choque de dos trenes se produjo por problemas técnicos y no por descuido de los operarios ya no es "el cristal con que se mira" sino un engaño; asegurar que producimos lo que nos comemos cuando importamos más de la mitad de los productos básicos ya no es "una versión de los hechos" sino una negación de los datos; afirmar que bajó medio punto porcentual el robo de autos, ya no es es "una mejoría" sino una trampa en el manejo de las cifras; promulgar una ley que no tiene forma de llevarse a la práctica ya no es una buena intención programática sino una franca mentira.

Y por eso no puedo evitar preguntarme: ¿cómo serían las cosas si se hubieran hecho sin mentiras? ¿Dónde estaríamos si se hubiera dicho la verdad? ¿Más atrás, más adelante? ¿Mejor, peor, igual? ¿Nos ha hecho más bien o nos ha hecho más daño que ésa sea nuestra forma de funcionar?

*Investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.