Noviembre de 2008
Año IV, Número 36


Documentalia

El concepto de clase
Del pensamiento sociológico actual

Raymon Aron

La sociología toma inevitablemente de la lengua común los términos que ella utiliza. Así los recoge cargados de sentidos múltiples, tan diversos de origen como de intenciones. Aun determinados rigurosamente, estos términos guardan siempre, de una manera o de otra, huellas de su origen y raramente pierden toda resonancia extracientífica. El concepto de clase -apenas hay necesidad de subrayarlo- participa de tales equívocos. El hecho de emplearlo -sin hablar de la significación que se le da- parece ya revelador. Categoría central en la sociología marxista, interviene apenas en otras teorías (como en la durkheiniana). Llegaremos tal vez a explicar este hecho, a mostrar por qué toda definición de la palabra implica una elección entre criterios y un juicio sobre la importancia relativa de éstos, y, casi inevitablemente, solidario de una interpretación más vasta de la realidad social.

En el punto de partida, procuremos despejar los problemas decisivos. ¿Cuál es la extensión de la noción de clase? ¿Designa ella una formación social común a todas las sociedades históricas (o a lo menos a un gran número de ellas)? ¿O bien, por el contrario, la clase es propia de las sociedades tipo moderno, occidental, capitalista? Según que se acepte la extensión amplia o la estrecha, la comprensión variará. Los caracteres comunes a las clases de las ciudades antiguas, y de los imperios orientales, de la sociedad feudal o del sistema capitalista son menos numerosos, más abstractos o formales que los caracteres distintivos de las clases sociales de nuestro tiempo (aun la simple comparación de las clases sociales de un país o de clases de diferentes países, obliga a un esfuerzo de discernimiento, de tipificación, si así puede decirse). Una vez elucidados estos dos problemas, podemos considerar el caso más complejo, el más importante para nosotros: la aplicación del concepto de clases a los grupos sociales tan heterogéneos, situados entre el proletariado industrial y la gran burguesía.

Todo el mundo recuerda las frases famosas de Marx en el Manifiesto Comunista: "Toda la historia de la sociedad humana hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases. En las épocas que han precedido a la nuestra, vemos en todas partes a la sociedad ofrecer toda una organización compleja de clases distintas, vemos una jerarquía de rangos sociales múltiples. Éstos son, en la antigua Roma, los patricios, los caballeros, la plebe, los esclavos; en la Edad Media los señores, los vasallos, los maestros-artesanos, los compañeros, los siervos... Estos antagonismos subsisten en la sociedad burguesa moderna, que no ha hecho sino sustituir clases nuevas y nuevas posibilidades de opresión, nuevas formas de lucha a las de otro tiempo. Nuestra edad tiene un carácter particular: ha simplificado los antagonismos de clases; la sociedad entera se divide, más y más, en dos grandes clases, directamente opuestas: la burguesía y el proletariado".

Así pues, las oposiciones de clases son de todos los tiempos: sólo la forma que toman en nuestros días es original, originalidad que justifica la voluntad de suprimir radicalmente las contradicciones sociales. El proletario moderno es el esclavo o el siervo de la sociedad industrial. La visión histórica inclina a una voluntad profética que, bajo el nombre de "socialismo científico", realiza la esperanza milenaria. El marxismo utiliza pues el concepto de clase en un sentido universal, pero no olvida, por lo menos implícitamente, su sentido particular: el primero establece la unidad del movimiento histórico, el segundo, subrayando la singularidad de las clases actuales, autoriza la previsión de una sociedad sin clases.

No vamos a discutir aquí ni esta teoría ni tampoco las deficiencias que ella implica. Hemos recordado las fórmulas marxistas con el solo fin de buscar los caracteres comunes de las clases que pertenecen a sociedades de estructura diferente. ¿Cuáles son esos caracteres? Las clases aparecen como subdivisiones en el interior de una formación social más vasta, se disponen jerárquicamente, se reparten las tareas. Negativamente, podrá decirse que las clases sociales no están fundadas ni sobre la religión, ni sobre el parentesco, ni sobre la sangre, ni sobre la tierra, y así se podrá distinguirlas de otros agrupamientos. Es, pues, fácil (podría prolongarse todavía la enumeración precedente) mostrar lo que las clases no son. ¿Pero puede precisarse lo que son?

Remitámonos a los ejemplos de Marx: la heterogeneidad es manifiesta. Las clases superiores no tienen, en todos los casos, la misma actividad. ¿Se identificará al burgués, o más bien al empresario capitalista, con el señor, cuando el primero basa en una actividad económica su fortuna y su orgullo, mientras que éste tiene a la guerra como la única ocupación digna de él? ¿O al proletario moderno con el siervo, el esclavo o el compañero, cuando a diferencia de éstos, aquél es jurídica y prácticamente libre, discute con su patrón las condiciones de su trabajo y a diferencia del compañero, se siente separado del capitalista que con frecuencia apenas conoce? Así, pues, ni el estatuto jurídico de las clases, ni la relación de una a otra, ni la naturaleza (política, económica, religiosa) de la actividad propia de cada una de ellas, ni el fundamento de la autoridad de que goza la clase superior, presentan similitud de una sociedad a otra. En fin, el origen de las distinciones sociales parece igualmente diverso. Frecuentemente se encuentra o se adivina el hecho primero de la conquista, la sumisión de una población a otra; el pueblo conquistador se asegura el monopolio de la violencia y explota este monopolio en el orden económico, tanto como en el orden político.

¿Se dirá que las singularidades deben observarse después de los rasgos comunes? Qué importa, se nos dice, que señores y siervos, patricios y plebeyos, pertenezcan o no a dos razas, a dos nacionalidades, si el sociólogo encuentra en todos los casos el mismo fenómeno esencial: la separación de las clases, grupos relativamente cerrados, de dignidad desigual. Los individuos tienen conciencia ya de participar del prestigio de la clase superior, ya de estar relegados a las clases subordinadas. La situación, la función que confiere el prestigio cambia; las representaciones colectivas que fijan la jerarquía de las clases y de los grupos, permanecen en su misma naturaleza y son las que interesan primariamente al sociólogo.

Sin entrar en una discusión, digamos que, en nuestro sentir, el sociólogo se interesa igualmente por las particularidades. Es menos el hecho de una jerarquía, que la naturaleza, la forma, el origen histórico y socia1 de esa jerarquía lo que interesa. La sola justificación de la opinión contraria sería la identificación profunda de fenómenos superficialmente diferentes. Si, como lo piensa Pareto, se percibe en todas las sociedades la misma posición entre élite y masas, gobernantes y gobernados, explotadores y explotados, entonces se estaría autorizado para acentuar las semejanzas a expensas de las variaciones, para constituir conceptos más psicológicos que históricos, tipos universales de poder y de élites. Si hacemos abstracción de esta teoría, debemos preocuparnos, cada vez que se presente el fenómeno clase, por marcar su carácter distintivo, único método para llegar a la estructura propia de la sociedad considerada.

Pero, se nos objetará todavía: ¿Marx, tanto como Pareto, no reduce las distinciones de clase a un factor único, común a todos los casos, a saber, las relaciones de producción? Tal es, a no dudar, la forma corriente de la teoría marxista. Pero en los textos de Marx y sobre todo, del Marx joven, el origen esencialmente económico de las clases actuales es subrayado como característico de nuestra sociedad. La disolución de los vínculos sociales, el aislamiento del individuo, preceden y determinan la separación de clases en el interior del capitalismo. La originalidad de éste, a este respecto, no es, pues, de ninguna manera desconocida o desdeñada. Es más allá de los "órdenes" o de los "estados" característicos de la sociedad antigua, donde el marxista volvería a encontrar las relaciones de producción como fuente permanente de los antagonismos sociales. En otros términos, es en y por una teoría histórico-sociológica que se prueba la identidad de las estructuras sociales; la descripción comprueba que los rangos o condiciones, siempre jerarquizados, no corresponden, según las épocas, ni a la misma repartición de las funciones, ni a las mismas distinciones de autoridad, ni a las mismas distinciones jurídicas, ni a la misma estabilidad o movilidad social. La desigualdad de los grupos en el interior de unidades más vastas es la regla: las causas y las formas de esta desigualdad varían.

¿Cómo se plantea el problema de las clases en nuestras sociedades? El hecho fundamental nos parece que es la desaparición legal de los rangos y condiciones. La igualdad de los individuos, tan formal e ineficaz como se la suponga, tiene por lo menos como consecuencia la posibilidad jurídica del paso de una clase a otra, sea a través de las generaciones, sea en el curso de una sola existencia. La calidad de burgués no está, como la de noble, ligada a la sangre. A fortiori las clases actuales se alejan de las castas que implican transmisión hereditaria y especialización profesional.

Pero, en otro sentido, es claro que no todas las barreras sociales han caído. La igualdad jurídica facilita, pero no basta para multiplicar ni acelerar la ascensión social: la movilidad social queda en gran parte independiente de las leyes, más influida por las condiciones económicas y los prejuicios colectivos. El prestigio de que gozan los diferentes grupos varía, lo mismo que el valor que cada uno se atribuye o que le es reconocido por los demás; en otros términos, las desigualdades de condiciones subsisten, y subsisten también las desigualdades de fortuna o de rentas, las diferencias en las maneras de vivir o de pensar, en las actividades económicas, y sobre todo, en el sentido de las distinciones sociales. Entonces, la cuestión se plantea en estos términos: ¿en qué signo se reconoce una clase? ¿Una clase se caracteriza por cierto oficio, cierto nivel de rentas, cierta cantidad de fortuna, un lugar en las relaciones de producción, o bien por cierta "mentalidad", cierto estilo de existencia (visible en la distribución de los gastos tanto como en las representaciones comunes), o bien por cierto rango social, o en fin, por cierta conciencia o voluntad común? ¿Se caracterizará por signos materiales, por la psicología, por el prestigio, la acción o la ideología política?

Nuestra intención no es agregar una definición a las innumerables definiciones que han sido ya propuestas. El lector encontrará una revista de ellas, posiblemente incompleta pero suficiente, en el principio del libro de Geiger *1, quien estudia, sobre todo, a los autores alemanes.

Todavía más: no queremos someterlas a todas a discusión o crítica. Las definiciones son, ante todo, asunto de oportunidad. Se juzgan por su utilidad, por su fecundidad. Nuestra intención, más modesta, de naturaleza diferente, es señalar las condiciones en las cuales se llega a una definición.

Una idea, antes que toda otra cosa, nos parece esencial: los diferentes criterios utilizables y los utilizados de hecho, no concuerdan. En vano se tratará de definir las clases, o incluso los grupos homogéneos, simultáneamente en todos los aspectos. La clase campesina se distingue de la clase obrera ante todo por el género de trabajo y de vida -caracteres que se olvidan o se ponen en un segundo plano cuando se examinan las clases jerarquizadas de las ciudades. Los diferentes oficios gozan de un prestigio irreductible a las retribuciones que les corresponden. El hijo de un burgués, que ha llegado a ser obrero calificado, pasa por haber descendido de clase, pero no el profesor de colegio que frecuentemente tiene un sueldo inferior. Tal pequeño comerciante de los barrios ricos no siente nada de común con el obrero de fábrica. A igualdad de recursos, a la misma situación en el sistema económico, no corresponden necesariamente ni la misma mentalidad, ni la misma tendencia política: proletariado y empleo, trabajador manual o intelectual, oficial de artesano y obrero de gran fábrica, obrero agrícola y urbano, son otros tantos tipos sociales diferentes por el trabajo y género de vida, por la conciencia y la ideología, sin relación con las diferencias de fortuna, a pesar de una igual subordinación a los patronos.

Traduzcamos estas observaciones a términos más abstractos. En la diversidad indefinida de los tipos o de los grupos sociales, es en vano intentar establecer, en función de uno o de dos caracteres, una clasificación concreta plenamente satisfactoria. Tradiciones históricas, pretensiones actuales, medio social, hábitos adquiridos; son tantas las influencias que se mezclan a la situación económica (en sentido estricto) que toda simplificación se prestará inevitablemente a objeciones.

¿Quiere esto decir que es preciso renunciar a toda teoría de las clases? De ninguna manera. Voluntariamente hemos confundido hasta este momento dos tareas: la sociografía de los grupos sociales y la sociología de las clases *2. La determinación precisa de los innumerables grupos representa un trabajo preliminar, que sería indispensable (por más que indefinido, puesto que son numerosos los puntos de vista posibles). Pero una sociología de las clases apunta a otro fin: pretende asir las articulaciones auténticas de la sociedad, los grandes conjuntos en los cuales se organizan los grupos [...].

Según la teoría económica que se adopte, es verdad, esta lucha toma una significación diferente. Un marginalista concibe el sistema económico en la medida en que está conforme con el esquema ideal que se traza, como esencialmente justo: la parte atribuida a cada factor de la producción, trabajo o capital, es lo que le corresponde según las reglas del cálculo económico (productividad marginal). No se niega que la realidad no corresponde jamás por entero al esquema que las injusticias no sean posibles, sea que la política modifique la imputación; sea que la repartición anterior de los bienes, debida a la historia, es decir, la mayor parte de las veces a la violencia, implique una excesiva desigualdad. El marxista, por el contrario, encuentra la desigualdad en el corazón mismo del sistema capitalista, puesto que la ley del valor-trabajo reserva al propietario de los medios de producción, sin que ningún daño sea hecho al obrero, el beneficio entero de la plusvalía. La antinomia utilidad marginal y valor-trabajo entraña por tanto, sobre el sistema mismo, un juicio opuesto. El interés del proletariado consistiría, según el marxista, en destruir; según el liberal, en mantener el régimen existente. La lucha contra éste llega a ser, o un reflejo legítimo de defensa o una aberración colectiva. Resorte del movimiento histórico para unos, es para otros el obstáculo para la sociedad verdadera, fundada sobre la división del trabajo y la colaboración pacífica.

La teoría económica de El capital me parece muy criticable. Pero, sociológicamente, el hecho de la lucha de clases, bajo la doble forma que hemos indicado, no subsiste menos y es casi inevitable en las sociedades capitalistas, en cuya estructura social se cristaliza. El obrero comprende difícilmente el funcionamiento del sistema: ¿Cómo podría admitir que el beneficio del patrón tiene una función social y que indirectamente él también lo aprovecha? ¿Cómo reconocería él la necesidad de salarios flexibles? ¿Cómo no va a creer que su suerte mejoraría si los instrumentos de producción llegaran a ser propiedad colectiva? El proletariado, separado del resto de la población por sus condiciones de existencia, no reivindica solamente ventajas materiales, sino que frecuentemente se encuentra en rebeldía contra el orden social entero.El movimiento obrero del siglo XIX expresa y significa una reacción contra el capitalismo industrial.

Así, sin conservar la economía de El capital, podemos mantener la idea fundamental de la concepción marxista de las clases: los grandes conjuntos en los cuales se distribuyen los grupos sociales y que juegan históricamente un papel decisivo, se caracterizan por un lugar en el sistema económico. En nuestras sociedades la actividad decisiva es la actividad económica, y es ella la que, en gran medida, fija la suerte, el rango de cada quien. Es natural, por tanto, decir: en el capitalismo ideal las divisiones sociales dependen de los factores económicos, es decir, más que de las cifras de los rendimientos o de la calidad del oficio, de las relaciones de producción. Unos poseen los instrumentos de producción; los demás están reducidos a alquilarles su fuerza de trabajo. De estos datos fundamentales se derivan la desigualdad de los rendimientos (y por consecuencia del ahorro privado) y la actitud diferente de las clases respecto al régimen económico.

*1 Die soziale Schichtung des deutschen Volkes, Stuttgart, 1932, pp. 9-12.

*2 Esta distinción es hecha por Th. Geiger en su libro antes citado.
Para consultar el texto íntegro, véase Revista Mexicana de Sociología, año 1, vol. 1, marzo-abril de 1939, pp. 97-108.