Noviembre de 2008
Año IV, Número 36


Editorial

A dos años de conmemorarse el centenario de la Revolución, México dista en demasía de ser el país que los revolucionarios se plantearon instaurar. Los índices de pobreza, marginación, desigualdad y empleo, así como la polarización de la riqueza, se han acrecentado considerablemente. Las demandas de la sociedad en materia educativa, social y de salud rebasan la capacidad de respuesta de los gobernantes, y la problemática social se ha agudizado por fenómenos como el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia en todas sus facetas. El presente número ofrece el reportaje ¿Ideario social o político?, un breve repaso de la naturaleza de las distintas corrientes revolucionarias de aquel primer movimiento social del siglo XX en el mundo.

A pesar de los avances logrados en los últimos años, una historia de la historiografía de la Revolución Mexicana sigue siendo asignatura pendiente. El historiador Álvaro Matute da cuenta del estado en que se encuentran los estudios sobre la Revolución Mexicana, en su libro Aproximaciones a la historiografía de la Revolución Mexicana, del cual se presenta un extracto del prólogo en estas páginas.

La historia demográfica de México ha demostrado inequívocamente el carácter multicultural y plurilingüe de la sociedad asentada en el actual territorio mexicano, desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Fuimos en el pasado remoto, y lo seguimos siendo en tiempos de la globalización contemporánea, una sociedad esencialmente multicultural, más allá de la presencia determinante de los pueblos originarios, sustrato esencial pero no exclusivo de nuestra diversidad cultural, reflexiona Carlos Zolla a propósito del segundo simposio Los mexicanos que no dio el mundo, organizado en octubre pasado por el Programa Universitario México, Nación Multicultural.

En entrevista con Humanidades y Ciencias Sociales, Alicia Girón, investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas, conversó sobre la crisis financiera que agobia a todos los países del mundo. Al respecto, opina que se trata del fin del sistema post Bretton Woods, periodo que inició el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, devaluó el dólar frente al oro. A partir de ese momento comenzó un proceso de desregulación y liberación financiera que terminó con la aprobación de un paquete de rescate que recientemente presentó la Reserva Federal al Congreso de los Estados Unidos.

Fotógrafo, actor, cineasta, coleccionista de indumentaria folclórica y viajero incansable, Luis Márquez Romay legó una obra gráfica de subido valor estético. Desde octubre pasado, en la Casa Universitaria del Libro se exhibe la exposición "ciudades imaginarias" de este artista mexicano desaparecido en 1971 y de la cual Humanidades y Ciencias Sociales ofrece una muestra.


El Programa Universitario México, Nación Multicultural, organiza el II simposio "Los mexicanos que nos dio el mundo"

Carlos Zolla

El uso de una expresión como "los mexicanos que nos dio el mundo" para aludir a individuos o colectividades que han convertido a México en su nueva y definitiva patria implica, para nuestro Programa Universitario, la reflexión sobre el alcance y validez teórico-práctica de dichos términos. La fórmula posee un matiz de reconocimiento pleno, incluso de cierta acogedora afectividad, pero es claro que no se trata de una categoría jurídica que identifique con nitidez a quienes quedan incluidos en ella.

Y es que, situados en una de nuestras líneas básicas de investigación (inmigración y diversidad cultural), la cuestión radica en determinar cuáles son los criterios culturales que deben ser puestos en evidencia, y qué afinidades o diferencias muestran con otros criterios. Así, por ejemplo, INEGI señala de manera explícita que "es indispensable separar analíticamente los criterios demográficos (nacidos en el país/nacidos en el extranjero) de los criterios legales de nacionalidad (nacionales/extranjeros)"*1.

Para las leyes nacionales vigentes, son extranjeros quienes no posean la nacionalidad mexicana, que se adquiere por nacimiento o naturalización. Distinciones legales que precisan la nacionalidad, la condición jurídica de los extranjeros, la ciudadanía, la naturalización, la emigración y la inmigración. Las calidades migratorias, a su vez, precisan las condiciones del No Inmigrante y del Inmigrante.

El primero es el extranjero que con permiso de la Secretaría de Gobernación se interna en el país temporalmente; el segundo es el extranjero que se interna legalmente en el país con el propósito de radicar en él, en tanto adquiera la calidad de Inmigrado. Los criterios demográficos y sociodemográficos, a su vez, pueden captar condiciones y situaciones que dan rasgos peculiares a los movimientos de las poblaciones; por ejemplo, mexicanos residentes en el país, pero que son hijos de migrantes mexicanos que adquirieron otra ciudadanía (la estadounidense, frecuentemente), o también migrantes ilegales que residen en México o para quienes el territorio nacional es sitio de paso en su trashumancia (como en el caso de centroamericanos que transitan por México hacia los Estados Unidos) o, finalmente, el interés de determinar volúmenes y porcentajes de inmigrantes de ciertas nacionalidades en determinado momento de la historia (españoles refugiados a partir de 1939, sudamericanos en el periodo de las dictaduras militares de las décadas de los setenta o los ochenta, etcétera).

Es preciso insistir, entonces, en que nuestro eje de análisis es el de la inmigración-la diversidad cultural, y los fenómenos de interculturalidad a que dan lugar los movimientos de individuos o colectividades extranjeras que se asentaron en nuestro país e impactaron a la sociedad mexicana, a su economía, sus lenguas, su desarrollo científico y tecnológico, en fin, a sus costumbres y estilos de vida, y que a su vez fueron influidos por éstos.

Al finalizar el siglo XX (más precisamente, el 28 de enero de 1992), la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoció explícitamente que "la nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas".*2 Aunque se trató de una reforma sustancial y necesaria a nuestra Carta Magna, la formulación resulta restringida: la historia demográfica de México ha demostrado inequívocamente el carácter multicultural y plurilingüe de la sociedad asentada en el actual territorio mexicano, desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Fuimos en el pasado remoto, y lo seguimos siendo en tiempos de la globalización contemporánea, una sociedad esencialmente multicultural, más allá de la presencia determinante de los pueblos originarios, sustrato esencial pero no exclusivo de nuestra diversidad cultural.

Desde la perspectiva fijada por el PUMC-UNAM, la expresión "los mexicanos que nos dio el mundo" es más amplia, descriptiva y comprensiva que otros términos asociados, como "los extranjeros en México", "los otros mexicanos", particularmente en lo relativo al análisis de los procesos económico-sociales, culturales y lingüísticos, de las identidades y las solidaridades grupales, de la persistencia y renovación de lazos de diverso orden que cohesionan a las colectividades, y de la voluntad conservadora y renovadora de tradiciones, entre otros temas asociados al binomio inmigración-diversidad cultural.

El enfoque adoptado permite identificar la diversidad cultural en México como resultado de procesos sociales animados por la presencia y persistencia de los más de sesenta pueblos indígenas originarios de las porciones territoriales mexicanas de Mesoamérica, Aridoamérica y Oasisamérica, y de las inmigraciones sucesivas que se incrementaron a partir de la expansión europea, iniciada a fines del siglo XV.

Así, indígenas, africanos y afrodescendientes, europeos y asiáticos, norteamericanos, centroamericanos y sudamericanos, aportan a la realidad socioeconómica y cultural del México actual, con una originalidad, vitalidad y dinamismo no siempre explicitados por las investigaciones demográficas y, en buena medida, desconocidos por amplios segmentos de la sociedad mexicana.

Porque, en efecto, ¿qué tan conscientes somos, como sociedad nacional, de las características y trascendencia de estos fenómenos? ¿Qué tan conscientes somos de la presencia de rasgos pluriculturales en nuestra arquitectura, nuestra gastronomía, nuestro sistema jurídico, nuestra indumentaria, nuestra medicina, nuestras artes, nuestros sistemas de creencias? Cuando se afirma que "la diversidad cultural es un bien social" o que "la diversidad biológica constituye una riqueza esencial de México", ¿qué lugar les otorgamos a estas realidades en la escala de nuestros valores sociales, económicos, estéticos, morales o políticos? ¿Cómo insertar estas ideas en los modelos educativos, pero, sobre todo, en la vida cotidiana, en nuestras formas de comportamiento ciudadano y en las políticas públicas? Porque, en efecto, la historia contemporánea ha dado cuenta del valor de las diversidades, sean éstas biológicas o culturales, siendo México un país poseedor de una notable riqueza en ambos órdenes.

Mostrar esa diversidad -especialmente la cultural, dada la índole de nuestro Programa Universitario-, generar investigaciones sustantivas que contribuyan a la comprensión plena de los fenómenos, y abrir una reflexión y un debate sobre las expresiones específicas de la multiculturalidad y sobre los instrumentos teórico-prácticos necesarios para documentarla y comprenderla, constituye una tarea íntimamente asociada a la vida democrática, a la que la Universidad puede hacer una contribución fundamental.

La iniciativa denominada "Los mexicanos que nos dio el mundo" se diseñó para profundizar en el estudio y la reflexión sobre el fenómeno de las migraciones y el aporte de las colectividades africanas, americanas, asiáticas y europeas a la vida social, económica y cultural de México a lo largo de la historia, pero, ante todo, en los siglos XIX y XX.

El primer simposio, realizado en la sede de la Coordinación de Humanidades en 2007, contó con un prestigioso grupo de investigadores que abordaron el análisis de las migraciones a México de africanos, alemanes, centroamericanos, chinos, españoles, estadounidenses, franceses, gitanos, guatemaltecos, italianos, japoneses, judíos, libaneses y sudamericanos.

El segundo simposio "Los mexicanos que nos dio el mundo" fue organizado para dar continuidad al estudio de las inmigraciones a México, y en el que calificados especialistas expusieron las características y relevancia de las colectividades chilena, colombiana, coreana, cubana, española, griega, inglesa, húngara, libanesa y de otros pueblos del Levante. En la sesión inaugural, el doctor Miguel León-Portilla ofreció la conferencia magistral, y en la clausura se presentó el más reciente libro del doctor Carlos Martínez Assad, De extranjeros a inmigrantes en México.

*1. INEGI, Los extranjeros en México, p. XII. Los subrayados son míos, C. Z.

*2. Diario Oficial de la Federación, "Decreto que adiciona el artículo 4 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos", México, 28 de enero de 1992.


La crisis financiera actual, fin del sistema post Bretton Woods

Alicia Girón

A principios de 2007 se presentaron los primeros síntomas visibles de lo que meses después se desarrollaría como la más aguda crisis económica mundial: gran parte de las entidades financieras de Estados Unidos se declararon en suspensión de pagos. El motivo: la quiebra de fondos de inversión por los créditos hipotecarios debido a que millones de estadounidenses dejaron de pagar sus deudas. Acto seguido, las bolsas de valores en Norteamérica, Europa y Asia se desplomaron, poder recuperarse por completo hasta la fecha. Hoy, el fantasma de la recesión amenaza a las principales economías del planeta.

En México la situación no es halagüeña, y a pesar de que hay opiniones que sorprenden por optimistas, lo cierto es que la desaceleración económica estadounidense ya se palpa en todos los ámbitos de la economía. Sólo por poner unos ejemplos, los ingresos al país por remesas cayeron 4.2%, las exportaciones de manufacturas disminuyeron en 3.8% y la venta de autos en 13%. A finales de agosto, la mezcla de petróleo mexicano se cotizó en 109.47 dólares por barril; la primera quincena de noviembre, su cotización fue de 42.58 dólares, según el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas. Pero hay algo más preocupante: de acuerdo con el INEGI, la tasa de desempleo se encuentra en 4.15%, la más alta desde 2005, lo cual significa que dos millones de mexicanos han perdido su empleo.

Para Alicia Girón, especialista en economía fiscal y financiera del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, se está observando el fin de una etapa en la economía mundial: "Se trata del fin del sistema post Bretton Woods, periodo que inició el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, devaluó el dólar frente al oro. A partir de ese momento comenzó un proceso de desregulación y liberación financiera que terminó con la aprobación de un paquete de rescate que recientemente presentó la Reserva Federal al Congreso de los Estados Unidos. El paquete se aprobó el 1° de octubre de 2008".

"En 1944, al finalizar la Segunda Guerra Mundial -añadió la economista- se hizo un consenso entre los países victoriosos para establecer un sistema financiero internacional que le diera liquidez al sistema capitalista y de esa manera favorecer a los grandes corporativos trasnacionales norteamericanos. Esto hizo que se estableciera un tipo de cambio sólido y estable fundado en el dominio del dólar, ligando esta moneda a una determinada cantidad de oro. Al mantenerse fijo el precio del dólar, los demás países fijaron el precio de sus monedas con relación a aquélla. De esta manera se estableció el Nuevo Orden Económico Mundial. En esto consistió el sistema Bretton Woods, llamado así porque los acuerdos arriba mencionados fueron resultado de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, realizada en el complejo hotelero del mismo nombre en New Hampshire".

¿Qué ha hecho fracasar el sistema Bretton Woods?

-Fundamentalmente, la expansión de las empresas trasnacionales. Pero también la política fiscal expansiva provocada por la guerra de Vietnam, la cual propició que las reservas de oro de los Estados Unidos disminuyeran considerablemente. El déficit financiero en que se vieron los norteamericanos lo intentaron resolver imprimiendo más dinero. A su vez, la abundancia de dólares hizo que la moneda dejara de estar realmente respaldada por las reservas de oro del gobierno estadounidense. Las especulaciones no se hicieron esperar y hubo una gran fuga de capitales en territorio norteamericano. Los bancos centrales de Europa se empeñaron en convertir sus reservas de dólares en oro, situación insostenible para los Estados Unidos hasta la devaluación del dólar en un 10% en 1971.

Alicia Adelaida Girón es economista con posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es catedrática de las facultades de Ingeniería y Economía e investigadora de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Económicas, donde lleva a cabo el proyecto "Inestabilidad financiera: globalización y regionalización". Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Es autora, entre otras obras, de Cincuenta años de la Deuda Externa (1991) y Fin de siglo y Deuda Externa: Historia sin fin (1995). En la Colección Textos Breves de Economía de Miguel Ángel Porrúa Editores y el IIEc-UNAM, se han publicado sus libros Crisis financieras (2002) y Japón: Asimetrías y regulación del sistema financiero (2006).

¿En qué consiste la crisis financiera mundial y cuáles son sus principales rasgos?

-El problema primero se manifestó como una crisis que se formó en la esfera de los créditos hipotecarios. Esto fue resultado principalmente de los créditos que se dieron para la compra de casas ligados a la tasa subprime. Recordemos que esta modalidad crediticia del mercado financiero norteamericano se caracteriza por tener un alto riesgo de impago. Además, tales créditos pueden ser negociados por los bancos que los detentan con otros bancos u otras empresas, de forman que se les puede ceder a cambio del pago de un determinado interés.

Durante los tres primeros años la tasa de interés de estos créditos se mantenía baja. No obstante, para el tercer o cuarto año, la tasa se disparaba hasta tal punto que una persona, al cabo de un tiempo, estaba pagando incluso el doble por concepto de intereses. Muchas de estas personas no trabajaban en el sector formal de la economía por su condición de inmigrantes, o porque no contaban con historial crediticio, o bien no se les sometió a una investigación para saber el estado de su cartera de crédito. Por ello, mucha gente dejó de pagar. La realidad les impedía tener el suficiente ingreso para poder amortizar su deuda.

Esta situación sólo puede darse por el sistema de desregulación post Bretton Woods, que permitió a los bancos cobrar mayor autonomía y empezar a negociar los créditos. Los activos de los bancos son precisamente los créditos, los cuales, a la vez, se venden a otros bancos para obtener liquidez y así generar mayores créditos. El banco que compra uno de esos créditos también lo vende, y quien lo compra hace la misma operación; así se genera una serie de fondos de alto riesgo. Cuando ya no se puede pagar ese crédito, se genera una cartera vencida hasta que llega el momento en que la crisis afecta a todas las instituciones bancarias y no bancarias que invirtieron en ese mercado de títulos. Esto es lo que sucede actualmente. En el fondo, lo que está en crisis es el proceso de financiación y titulización de los préstamos.

El 24 de octubre de 1929, fecha conocida como jueves negro, se produjo la quiebra del mercado de valores de Nueva York, provocando una larga y aguda deflación. La situación contagió rápidamente al resto de la economía del planeta. La crisis desembocó en la contracción del comercio mundial y la ruptura del sistema de pagos internacionales. Era el inicio de la etapa que se conoce como la gran depresión. Sus consecuencias: desempleo masivo, vagancia, mendicidad.

Al respecto, Alicia Girón opina que la actual "es una crisis mundial que afectará a todas las economías emergentes; es un trance más profundo que lo acontecido en 1929. Se diferencia en que es una crisis global y en tiempo real. Existe gran desconfianza frente al sistema financiero internacional. Si en el sudeste de Asia, por ejemplo, la bolsa abre a la baja, surge el efecto dominó y la bolsa europea abre en la misma situación, luego la de Nueva York y, casi al mismo tiempo, las bolsas latinoamericanas. No hay paquete de rescate norteamericano, ni francés, ni inglés, que alcance para dar liquidez a las cantidades inimaginables en las que incurrieron los inversionistas, las instituciones bancarias y no bancarias".

¿Qué opina de la paradoja de que el Estado norteamericano intervenga nacionalizando bancos?

-No es del todo una paradoja. Hay un elemento en economía que se llama el empleador de última instancia. Éste salva siempre a los bancos. El Estado, a través de su Banco Central o la Reserva Federal de los Estados Unidos, actúa como prestamista de última instancia. La función para la cual se creó esta entidad consiste en dar liquidez al sistema financiero nacional e internacional. Se llama empleador de última instancia porque debe formular un plan de rescate de los bancos acompañado de un programa de pleno empleo para reactivar la economía.

ESTE TIPO DE SITUACIONES PARECIERAN DAR fin, o por lo menos poner en entredicho la ilusión acerca de la capacidad del capitalismo para autorregularse, dando paso, bajo distintas modalidades, a la intervención directa del Estado en los procesos de reproducción económicos. Sin embargo, la especialista aclara: "los Estados Unidos saldrán más fortalecidos de esta crisis, siempre y cuando se articulen los grupos financieros para quemar los títulos sobrevaluados y estén dispuestos a empezar de nuevo. Es decir, con esta crisis el capitalismo no se acaba; por el contrario, se hará más fuerte".

Durante la primera quincena de octubre, el Banco de México tuvo una actividad intensa. La demanda excesiva de dólares elevó su cotización a más de catorce pesos y existió el serio riesgo de que llegara a más de dieciséis. Al final de ese mes la moneda mexicana se depreció alrededor del 32%. Pero las autoridades hacendarias aún no atinan a ofrecer un plan firme para contrarrestar los efectos de la desaceleración del vecino del norte.

¿Cuál sería la mejor forma de afrontar esta crisis por parte de México y Latinoamérica?

-A partir de políticas públicas específicas que reactiven la demanda. Ampliando el gasto público y mejorando los renglones de salud y supervivencia, educación y empleo. Esto implica un cambio en el tipo de política monetaria. Implica también que los índices de competitividad no equivalen a bajar los salarios, sino todo lo contrario. Invertir en salud y educación, promover el empleo, además de que las mujeres participen en la vida pública: ésta es la forma de contrarrestar el ciclo económico.


Aproximaciones a la historiografía de la Revolución Mexicana

Álvaro Matute *

A pesar de los avances logrados en los últimos años, una historia de la historiografía de la Revolución Mexicana sigue siendo asignatura pendiente. Es por ello que tomé la decisión de publicar estas aproximaciones en las que reúno textos elaborados a lo largo de más de treinta años. La historiografía de la Revolución Mexicana ha sido una de mis líneas de investigación constantes. Los materiales reunidos en este libro no son todos los que he dedicado al tema, pero sí los más significativos. Los he agrupado en dos partes. La primera está integrada por tres ponencias y un discurso. Las ponencias han sido definitivamente corregidas y aumentadas con la finalidad de ofrecerlas de manera más completa, aunque siempre con la conciencia de que ninguna de ellas, ahora convertidas en capítulos, es exhaustiva. Tratan de ofrecer lo más característico del periodo que abarcan, pero ni siquiera se menciona en ellas a todos los autores que escribieron sobre la Revolución en el momento atendido. Un discurso complementa el recorrido por las tres etapas en que divido el acontecer historiográfico revolucionario. En él doy a conocer mi tesis acerca del origen del revisionismo historiográfico, ubicado en el momento en que la academia hace acto de presencia en la escritura de la historia de la Revolución.

La índole de los autores es la que marca, no sólo la división temporal de los conjuntos historiográficos, sino lo que podría ser su esencia misma. El agrupamiento tiene mucho de generacional, lo que asumo como categoría exegética. Ciertamente no soy partidario de la aplicación mecánica de la periodización en generaciones, ya que dudo de que la sucesión se tenga que dar necesariamente en periodos regulares de quince años. Sin embargo, desde mi lectura temprana de Ortega y Gasset, he asumido ese criterio como un valioso recurso más que periodizador, auxiliar invaluable en materia de comprensión. Hoy se le puede calificar de horizonte hermenéutico. Mi lectura más reciente de Dilthey así lo confirma.

La concepción del trabajo es generacional, aunque no confirmo los natalicios de los historiadores. El primer bloque está in-tegrado por testigos presenciales de los hechos, pero no presenciales pasivos, sino actores decisivos en la suerte de los hechos. Sé que mi "generacionismo" no es muy consistente por eso, aunque sí lo es de convicción, sobre todo a la vista del segundo capítulo en el cual reviso las contribuciones hechas alrededor del quincuagésimo aniversario del inicio formal de la Revolución, es decir, en los años cincuenta. Ahí hago el comentario de las obras de autores tan distantes entre sí como el porfiriano Jorge Vera Estañol, dos generaciones más viejo que Jesús Silva Herzog o Manuel González Ramírez. El foco está colocado en el momento en que publican los libros, que no necesariamente corresponde siempre a aquel en que los escriben.

La diferencia entre los autores del primero y del segundo capítulos, pese a que todos viven en los años de la Revolución armada, la marcan dos cuestiones: los primeros, testigos activos de la Revolución, escriben sobre lo que les toca más de cerca: Madero si son maderistas, Zapata si son zapatistas, Carranza si son constitucionalistas, etcétera. Los del segundo capítulo, en cambio, se caracterizan por intentar y lograr dar visiones de conjunto y, muchos de ellos, si bien testigos vitales, no comparten el nivel de actuación en los hechos que los primeros. Algunos sí, como el mencionado Vera Estañol o el constituyente Romero Flores, pero la tónica la dan los también mencionados Silva Herzog y González Ramírez, a los que se suman José C. Valadés, José Mancisidor y Alfonso Taracena. Opera en ello la diferencia o distancia generacional, como también opera el momento en que escriben y se dirigen a sus lectores. Sus visiones son de más largo plazo frente a las inmediatas de los anteriores. En todos los casos, son las vivencias las que marcan el tipo de escritura de la historia que realizan.

En tercer lugar viene la distancia. En la versión que ahora ofrezco de lo que fue mi discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, me detengo en las aportaciones y actitudes de un político enmarcado por la academia y de dos académicos precursores. El primero es Manuel Moreno Sánchez y los segundos son Juan Hernández Luna y Moisés González Navarro. Con sus artículos y sus cursos se funda la actitud revisionista, tomada de los enjuiciadores de la Revolución que, antes de ellos, pusieron a la supuesta continuidad revolucionaria en tela de juicio. Los académicos buscaron darle a la historiografía de tema revolucionario algo de lo que carecía: conceptos y categorías. Su labor abrió nuevas perspectivas y permitió que emergieran quienes ya veían a la Revolución desde distancias temporales y espaciales más lejanas. La historiografía revisionista del último tercio del siglo XX y el cambio hacia el XXI se benefició de esa ruptura, para permitir el uso renovado de las fuentes tamizadas por actitudes guiadas por la duda acerca de lo que se había postulado como verdad aceptada.

Además, por lo que se puede apreciar, la historiografía sobre la Revolución vivió una situación de boom historiográfico. Es posible que obras de la naturaleza de ésta, así como las de Javier Rico Moreno y Thomas Benjamín, que se mencionan en el capítulo cuatro, indiquen un cierre, o por lo menos algún cambio historiográfico que todavía no acaba de percibirse. Por lo menos el hecho de intentar dar visiones de conjunto de una práctica historiográfica, puede sugerir que el final, sino está ahí, por lo menos se aproxima. No se puede establecer si se trata ya de un ciclo cerrado o aún está abierto, pero dicho ciclo sí cuenta ya con una estructura y una caracterización a la que le añadiría poco lo que se produzca en el presente y futuro inmediato. Si esto ofrece cambios radicales, entonces se contemplaría el advenimiento de una nueva etapa. Por otra parte, téngase presente que dentro de pocos años se asistirá al centenario del inicio de la Revolución, que estará precedido por los del plan y programa del Partido Liberal, las huelgas de Cananea y Río Blanco, que tal vez revivan la polémica acerca de la "cuna" de la Revolución, de la entrevista Díaz-Creelman y, por fin, del Plan de San Luis y del propio 20 de noviembre. ¿Cómo serán conmemoradas esas efemérides? Lo único seguro es que de manera muy diferente al cincuentenario. Acaso a partir de ahí se consolide la futura etapa historiográfica.

En fin, los cuatro capítulos que constituyen la primera parte de este libro, son sendas aproximaciones a la historiografía de la Revolución. Intentar una historia de la historiografía exhaustiva suena quimérico. Se puede morir en el intento y lograr una deseable bibliografía comentada, o bien caracterizaciones como las que aquí se sugieren. Ciertamente está abierto el expediente y son deseables muchas más aproximaciones, ya individuales sobre autores y obras, ya sobre épocas, sobre hechos particulares, en fin, tantas posibilidades cuanto permita la imaginación de los analistas y las preguntas que de ella surjan. El terreno está abierto.

La segunda parte es de índole diversa. La forman nueve conjuntos de reseñas bibliográficas resultantes de una agrupación temática que pretende darles cierta unidad. A lo largo de casi cuarenta años he sido y seguiré siendo reseñista de libros. Es una tarea grata que trae implícito el compromiso de decir algo sobre lo que se lee. A veces se dice poco, pero a veces se dice mucho. No sólo sobre el libro, sino sobre la escritura de la historia y sobre el acontecer particular y general, sobre el texto y el metatexto. El hecho de que las reglas de la reseña sean flexibles permite que haya más creatividad de parte del recensor. Tal vez es la actividad más libre de las que ejecuta, en nuestro caso, el historiador. Ciertamente hay patrones y yo sigo, aunque de manera muy laxa, los que llamo cánones gaosiano y orteguiano. El primero, es el derivado de las Notas sobre la historiografía que hizo públicas José Gaos en 1960 y que aluden a los elementos integrantes de la obra historiográfica: los que derivan de la investigación, los que están implícitos en la interpretación y los que se perciben en la escritura; el canon orteguiano no se debe a Ortega y Gasset, sino a don Juan Antonio Ortega y Medina, quien en una recopilación de algunos de sus trabajos expresó qué elementos debía contener una reseña bibliográfica: aludir de manera fiel al contenido de la obra, mostrar acuerdos y discrepancias, indicar ausencia de fuentes, en fin, un pequeño tratado en un párrafo luminoso. Por otra parte, también me orienté por la lectura de quienes hicieron de la recensión una manera consolidada de expresión. Pienso, sobre todo, en Ramón Iglesia, quien en El hombre Colón y otros ensayos recoge un repertorio suyo, magistral. De hecho, el que ese libro esté conformado por una amplia sección de reseñas me animó a publicar las mías en éste, como también la aparición de Entre los historiadores, de Emmanuel Le Roy Ladurie. Género menor, sin duda, pero rico en alcances y en expresión.


Cuadro de costumbres

NOCHE EN VELA I

Paula Rivera

HHa pasado casi un año desde mi último reporte torontoniano y es otoño otra vez, pero la ciudad todavía no adquiere su aspecto rojizo místico; será porque hubo un verano lluvioso, triste para los humanos pero feliz para las plantas, que siguen verdes y jugosas.

Esta mañana, al abrir mis crudos y lagañosos ojos, sé que me espera un largo día. Compro el Globe and Mail (periódico dizque sophisticated y objetivo) y busco en mi sección preferida, "Sociales y Estilo", las crónicas de moda y comida.

Hoy comentan sobre los sombreros estilo Bob Marley, los cuales estuvieron de moda el año anterior, pero pueden seguir usándose esta temporada. Me alegro, pues acabo de comprarme uno en barata.

Un artículo trata de las preferencias femeninas actuales por usar brasieres acolchonados con el objeto de resaltar nuestros atributos. El que escribe, hombre, quiere abrir los ojos a los que leen, mujeres, cuando afirma que de nada nos sirven esos colchones, si lo único visible a través de nuestras ropas es la esponja y no el escote. Puede ser que el señor tenga razón, pues cuál es el sentido de la magia si adivinamos el truco; pero bueno, habría que discutir este tema con mucha más seriedad, y éste no es el día ni el momento adecuado.

La crítica culinaria es para la recién estrenada y ya de súper moda Pizzería Libretto, a la cual me muero de ganas de ir. La pizzería es famosa por haberse traído de Roma un horno capaz de llegar a los 900 grados Fahrenheit (alrededor de 483 grados centígrados), y por tener colas de gente de hasta más de dos kilómetros, esperando experimentar lo que es realmente incinerarse el paladar con queso derretido.

La crítica destroza, pues aunque afirma el éxito del lugar, indica que el comer pizza no amerita tener que esperar de dos a tres horas en la fría acera; sobre todo si los ingredientes son los mismos de siempre: jamón, espinaca y aceitunas negras.

Puedo imaginar la decepción de este crítico, que pensó encontrar una lista de ingredientes exóticos como ballena beluga, huevos de alacrán y ragú de canguro, ahora que los australianos han decidido volver a sus hábitos originales de comer la carne magra de este animal, al descubrir que las heces de vaca emiten demasiados gases tóxicos.

En fin, a pesar de la crueldad del artículo yo sigo con unas ganas locas de comer pizza hoy por la noche. La noche de Nuit Blanche.

Por tercer año consecutivo, Toronto es el anfitrión de Nuit Blanche, traducida al español como "noche en vela", la cual es una idea originaria de París, financiada por el banco canadiense Scotiabank, que en los últimos años se ha dedicado a comprar varios recintos culturales y salas de cine de la ciudad.

Desde las 6:52 de la tarde hasta el amanecer, Toronto se convertirá en campo abierto para la exploración de la ciudad vuelta arte; pues el banco ha encomendado la construcción de instalaciones artísticas a importantes figuras culturales, además de haber logrado la participación de negocios privados. Este año las cifras son: 750 artistas y curadores, 450 docentes y voluntarios, 92 sedes privadas y vecindarios y 24 patrocinadores privados, como Heineken.

Mauro ha quedado en pasar por Guiseppina y por mí a las 6:51 para ir a Libretto, pero resulta que él también leyó el artículo esta mañana, por lo que decidió cambiar el plan original de comer pizza e ir a Foxley, su restaurante favorito.

Cabe mencionar que este lugar, donde la comida es asian fusion, está también de ultra moda, así que hay las mismas colas y los mismos ingredientes trillados (pasta miso, algas y salsa de soya). Sin embargo, a Mauro le gusta. ¿Por qué siempre tenemos que hacer lo que Mauro dice? Porque, como ya he explicado antes, desde que Guiseppina es de Mauro, le da igual comer un taco que un zapato.

En Foxley nos avisan que tendremos que esperar alrededor de una hora para podernos sentar; pero a diferencia de Libretto, ofrecen hablarnos al celular, con lo que evitaremos hacer la cola en la fría acera.

Nos cruzamos al bar de enfrente, a matar el hambre con cervezas. Después de una hora y todos con un hoyo burbujeante en el estómago, volvemos a Foxley para preguntar por el estado de nuestra reservación. La mesera nos informa que ha estado llamando sin parar desde hace una hora y media. ¿Cómo es posible, si tenemos el celular a un lado? La mesera rectifica el número y resulta que, en lugar de copiar un 6, anotó un 8. ¡No!, protestan nuestros estómagos ¿Cuánto tiempo hay que esperar ahora? Una hora más, nos informa la amable hostess, "pero qué más da, si hoy, de por sí, dormir no está en los planes", dice Mauro.

Agudizamos el apetito caminando por Ossignton, calle donde está el restaurante y la cual hace apenas un par de años era un nido de ratas, pero que hoy le ha ocurrido lo que aquí llaman gentrification (de la palabra gentry, que significa alta burguesía), con la apertura de restaurantes hip, tiendas vintage, bares trendy con nombres como Reposado (tomar tequila es super cool, aunque el caballito cueste 20 dólares) y Sweaty Betty's (la sudorosa Betty).

Aunque los pioneros de la zona fueron artistas en busca de espacios baratos, ahora esta comunidad se ha visto expulsada por las altas rentas y por la compra de terrenos que han sido convertidos en condominios que prometen una vida inundada de arte, creatividad y espontaneidad a tan sólo un millón de dólares por departamento.

No hemos recorrido la mitad de la calle cuando entra la llamada: nuestra mesa está lista. ¡A Dios gracias! El menú de Foxley cambia diariamente, dependiendo del humor del chef, quien es chino-vietnamita pero cuya carrera empezó haciendo sushi.

A estas horas, con el estómago relampagueando de hambre, cualquier cosa se oye interesante. Ordenamos ceviche-sashimi de besugo, empanadas chinas rellenas de carne de pato y borrego, ancas de rana empanizadas cubiertas en salsa agridulce, tofu asado con verduras a la parrilla, costillas de res a las brasas con melazas y hojas de limón, brócoli al vapor en salsa de soya, camarones empanizados con pico de gallo de ajo y hongos, y de postre: arroz negro cocido en leche de coco y cajeta acompañado de fresas frescas. ¡Mmmmmmmm! Debo admitir que hoy Mauro acertó en su elección, pues la comida es realmente buena y exótica, con precios no baratos, pero sí aceptables.

Rodando y con una abotagada energía salimos de ahí; pero como sería un acto cobarde rajarse e ir a la cama a digerir como serpiente, reanudamos nuestra caminata por Ossignton.

Llegando a Queen Street West, otra calle de ultra moda, doblamos a la derecha y visitamos las distintas galerías de arte, que a pesar de hallarse siempre ahí, hoy resultan más atractivas que nunca, con tanta gente entusiasmada y curiosa por piezas que en algunos casos son buenas, bonitas y baratas.

Seguimos la ruta hacia el oeste hasta llegar al paso a desnivel, donde debemos entrar, salir y doblar a la izquierda para llegar a la calle de Dufferin. Una vez dentro del oscuro paso, escuchamos ruidos de tren que emanan de quién sabe dónde. Guiseppina y Mauro se adelantan y me dejan sola, obsesionada con encontrar el origen del sonido metálico.

Descubro que a mi derecha hay una reja cerrada que, sin embargio, permite ver una serie de escaleras iluminadas que guían a la nada. Al asomarme reconozco sombras humanas que se mueven como bailando. Son tres músicos que han instalado todo un equipo de instrumentos y mientras reproducen los sonidos de un tren, miran a los transeúntes con una sonrisita pícara, sabiendo que su instalación efímera es efectiva.

Al salir del paso-túnel alcanzo a los tórtolos en Dufferin. Caminamos juntos hasta llegar a una gran avenida, donde doblamos a la izquierda, llegando a Liberty Village, que no es una villa sino un vecindario que heredó su nombre porque en el siglo XIX albergaba la prisión militar. De ahí que la avenida principal se llame Liberty Street (calle Libertad), pues éste era el primer pedazo de asfalto que el preso pisaba una vez fuera del bote.

Desde el 2004 los edificios industriales viejos han sido transformados en elegantes oficinas, condominios y restaurantes. Hay también muchos edificios nuevos, pero éstos no imitan el estilo urbano industrial de la zona, sino que más bien copian el tradicional sistema británico de las row houses: casas pegadas que parecen ser una pero que en realidad están subdivididas en varios departamentos.

Caminar por en medio de estas nuevas casas siamesas es como estar dentro de una película de David Lynch: cubren una extensión grande de terreno y todas las calles y jardines están diseñados de idéntica manera, por lo que la sensación es semejante a la de un pasón.

Este vecindario es donde los artistas comisionados montarán sus instalaciones. Las calles, libres de coches excepto por las patrullas de policía, están repletas de peatones entusiastas que, como yo, necesitan hacer una parada técnica antes de retomar la aventura.

Sanitario Público Móvil, Toronto, Canadá, 4 de octubre de 2008.


Documentalia

El concepto de clase
Del pensamiento sociológico actual

Raymon Aron

La sociología toma inevitablemente de la lengua común los términos que ella utiliza. Así los recoge cargados de sentidos múltiples, tan diversos de origen como de intenciones. Aun determinados rigurosamente, estos términos guardan siempre, de una manera o de otra, huellas de su origen y raramente pierden toda resonancia extracientífica. El concepto de clase -apenas hay necesidad de subrayarlo- participa de tales equívocos. El hecho de emplearlo -sin hablar de la significación que se le da- parece ya revelador. Categoría central en la sociología marxista, interviene apenas en otras teorías (como en la durkheiniana). Llegaremos tal vez a explicar este hecho, a mostrar por qué toda definición de la palabra implica una elección entre criterios y un juicio sobre la importancia relativa de éstos, y, casi inevitablemente, solidario de una interpretación más vasta de la realidad social.

En el punto de partida, procuremos despejar los problemas decisivos. ¿Cuál es la extensión de la noción de clase? ¿Designa ella una formación social común a todas las sociedades históricas (o a lo menos a un gran número de ellas)? ¿O bien, por el contrario, la clase es propia de las sociedades tipo moderno, occidental, capitalista? Según que se acepte la extensión amplia o la estrecha, la comprensión variará. Los caracteres comunes a las clases de las ciudades antiguas, y de los imperios orientales, de la sociedad feudal o del sistema capitalista son menos numerosos, más abstractos o formales que los caracteres distintivos de las clases sociales de nuestro tiempo (aun la simple comparación de las clases sociales de un país o de clases de diferentes países, obliga a un esfuerzo de discernimiento, de tipificación, si así puede decirse). Una vez elucidados estos dos problemas, podemos considerar el caso más complejo, el más importante para nosotros: la aplicación del concepto de clases a los grupos sociales tan heterogéneos, situados entre el proletariado industrial y la gran burguesía.

Todo el mundo recuerda las frases famosas de Marx en el Manifiesto Comunista: "Toda la historia de la sociedad humana hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases. En las épocas que han precedido a la nuestra, vemos en todas partes a la sociedad ofrecer toda una organización compleja de clases distintas, vemos una jerarquía de rangos sociales múltiples. Éstos son, en la antigua Roma, los patricios, los caballeros, la plebe, los esclavos; en la Edad Media los señores, los vasallos, los maestros-artesanos, los compañeros, los siervos... Estos antagonismos subsisten en la sociedad burguesa moderna, que no ha hecho sino sustituir clases nuevas y nuevas posibilidades de opresión, nuevas formas de lucha a las de otro tiempo. Nuestra edad tiene un carácter particular: ha simplificado los antagonismos de clases; la sociedad entera se divide, más y más, en dos grandes clases, directamente opuestas: la burguesía y el proletariado".

Así pues, las oposiciones de clases son de todos los tiempos: sólo la forma que toman en nuestros días es original, originalidad que justifica la voluntad de suprimir radicalmente las contradicciones sociales. El proletario moderno es el esclavo o el siervo de la sociedad industrial. La visión histórica inclina a una voluntad profética que, bajo el nombre de "socialismo científico", realiza la esperanza milenaria. El marxismo utiliza pues el concepto de clase en un sentido universal, pero no olvida, por lo menos implícitamente, su sentido particular: el primero establece la unidad del movimiento histórico, el segundo, subrayando la singularidad de las clases actuales, autoriza la previsión de una sociedad sin clases.

No vamos a discutir aquí ni esta teoría ni tampoco las deficiencias que ella implica. Hemos recordado las fórmulas marxistas con el solo fin de buscar los caracteres comunes de las clases que pertenecen a sociedades de estructura diferente. ¿Cuáles son esos caracteres? Las clases aparecen como subdivisiones en el interior de una formación social más vasta, se disponen jerárquicamente, se reparten las tareas. Negativamente, podrá decirse que las clases sociales no están fundadas ni sobre la religión, ni sobre el parentesco, ni sobre la sangre, ni sobre la tierra, y así se podrá distinguirlas de otros agrupamientos. Es, pues, fácil (podría prolongarse todavía la enumeración precedente) mostrar lo que las clases no son. ¿Pero puede precisarse lo que son?

Remitámonos a los ejemplos de Marx: la heterogeneidad es manifiesta. Las clases superiores no tienen, en todos los casos, la misma actividad. ¿Se identificará al burgués, o más bien al empresario capitalista, con el señor, cuando el primero basa en una actividad económica su fortuna y su orgullo, mientras que éste tiene a la guerra como la única ocupación digna de él? ¿O al proletario moderno con el siervo, el esclavo o el compañero, cuando a diferencia de éstos, aquél es jurídica y prácticamente libre, discute con su patrón las condiciones de su trabajo y a diferencia del compañero, se siente separado del capitalista que con frecuencia apenas conoce? Así, pues, ni el estatuto jurídico de las clases, ni la relación de una a otra, ni la naturaleza (política, económica, religiosa) de la actividad propia de cada una de ellas, ni el fundamento de la autoridad de que goza la clase superior, presentan similitud de una sociedad a otra. En fin, el origen de las distinciones sociales parece igualmente diverso. Frecuentemente se encuentra o se adivina el hecho primero de la conquista, la sumisión de una población a otra; el pueblo conquistador se asegura el monopolio de la violencia y explota este monopolio en el orden económico, tanto como en el orden político.

¿Se dirá que las singularidades deben observarse después de los rasgos comunes? Qué importa, se nos dice, que señores y siervos, patricios y plebeyos, pertenezcan o no a dos razas, a dos nacionalidades, si el sociólogo encuentra en todos los casos el mismo fenómeno esencial: la separación de las clases, grupos relativamente cerrados, de dignidad desigual. Los individuos tienen conciencia ya de participar del prestigio de la clase superior, ya de estar relegados a las clases subordinadas. La situación, la función que confiere el prestigio cambia; las representaciones colectivas que fijan la jerarquía de las clases y de los grupos, permanecen en su misma naturaleza y son las que interesan primariamente al sociólogo.

Sin entrar en una discusión, digamos que, en nuestro sentir, el sociólogo se interesa igualmente por las particularidades. Es menos el hecho de una jerarquía, que la naturaleza, la forma, el origen histórico y socia1 de esa jerarquía lo que interesa. La sola justificación de la opinión contraria sería la identificación profunda de fenómenos superficialmente diferentes. Si, como lo piensa Pareto, se percibe en todas las sociedades la misma posición entre élite y masas, gobernantes y gobernados, explotadores y explotados, entonces se estaría autorizado para acentuar las semejanzas a expensas de las variaciones, para constituir conceptos más psicológicos que históricos, tipos universales de poder y de élites. Si hacemos abstracción de esta teoría, debemos preocuparnos, cada vez que se presente el fenómeno clase, por marcar su carácter distintivo, único método para llegar a la estructura propia de la sociedad considerada.

Pero, se nos objetará todavía: ¿Marx, tanto como Pareto, no reduce las distinciones de clase a un factor único, común a todos los casos, a saber, las relaciones de producción? Tal es, a no dudar, la forma corriente de la teoría marxista. Pero en los textos de Marx y sobre todo, del Marx joven, el origen esencialmente económico de las clases actuales es subrayado como característico de nuestra sociedad. La disolución de los vínculos sociales, el aislamiento del individuo, preceden y determinan la separación de clases en el interior del capitalismo. La originalidad de éste, a este respecto, no es, pues, de ninguna manera desconocida o desdeñada. Es más allá de los "órdenes" o de los "estados" característicos de la sociedad antigua, donde el marxista volvería a encontrar las relaciones de producción como fuente permanente de los antagonismos sociales. En otros términos, es en y por una teoría histórico-sociológica que se prueba la identidad de las estructuras sociales; la descripción comprueba que los rangos o condiciones, siempre jerarquizados, no corresponden, según las épocas, ni a la misma repartición de las funciones, ni a las mismas distinciones de autoridad, ni a las mismas distinciones jurídicas, ni a la misma estabilidad o movilidad social. La desigualdad de los grupos en el interior de unidades más vastas es la regla: las causas y las formas de esta desigualdad varían.

¿Cómo se plantea el problema de las clases en nuestras sociedades? El hecho fundamental nos parece que es la desaparición legal de los rangos y condiciones. La igualdad de los individuos, tan formal e ineficaz como se la suponga, tiene por lo menos como consecuencia la posibilidad jurídica del paso de una clase a otra, sea a través de las generaciones, sea en el curso de una sola existencia. La calidad de burgués no está, como la de noble, ligada a la sangre. A fortiori las clases actuales se alejan de las castas que implican transmisión hereditaria y especialización profesional.

Pero, en otro sentido, es claro que no todas las barreras sociales han caído. La igualdad jurídica facilita, pero no basta para multiplicar ni acelerar la ascensión social: la movilidad social queda en gran parte independiente de las leyes, más influida por las condiciones económicas y los prejuicios colectivos. El prestigio de que gozan los diferentes grupos varía, lo mismo que el valor que cada uno se atribuye o que le es reconocido por los demás; en otros términos, las desigualdades de condiciones subsisten, y subsisten también las desigualdades de fortuna o de rentas, las diferencias en las maneras de vivir o de pensar, en las actividades económicas, y sobre todo, en el sentido de las distinciones sociales. Entonces, la cuestión se plantea en estos términos: ¿en qué signo se reconoce una clase? ¿Una clase se caracteriza por cierto oficio, cierto nivel de rentas, cierta cantidad de fortuna, un lugar en las relaciones de producción, o bien por cierta "mentalidad", cierto estilo de existencia (visible en la distribución de los gastos tanto como en las representaciones comunes), o bien por cierto rango social, o en fin, por cierta conciencia o voluntad común? ¿Se caracterizará por signos materiales, por la psicología, por el prestigio, la acción o la ideología política?

Nuestra intención no es agregar una definición a las innumerables definiciones que han sido ya propuestas. El lector encontrará una revista de ellas, posiblemente incompleta pero suficiente, en el principio del libro de Geiger *1, quien estudia, sobre todo, a los autores alemanes.

Todavía más: no queremos someterlas a todas a discusión o crítica. Las definiciones son, ante todo, asunto de oportunidad. Se juzgan por su utilidad, por su fecundidad. Nuestra intención, más modesta, de naturaleza diferente, es señalar las condiciones en las cuales se llega a una definición.

Una idea, antes que toda otra cosa, nos parece esencial: los diferentes criterios utilizables y los utilizados de hecho, no concuerdan. En vano se tratará de definir las clases, o incluso los grupos homogéneos, simultáneamente en todos los aspectos. La clase campesina se distingue de la clase obrera ante todo por el género de trabajo y de vida -caracteres que se olvidan o se ponen en un segundo plano cuando se examinan las clases jerarquizadas de las ciudades. Los diferentes oficios gozan de un prestigio irreductible a las retribuciones que les corresponden. El hijo de un burgués, que ha llegado a ser obrero calificado, pasa por haber descendido de clase, pero no el profesor de colegio que frecuentemente tiene un sueldo inferior. Tal pequeño comerciante de los barrios ricos no siente nada de común con el obrero de fábrica. A igualdad de recursos, a la misma situación en el sistema económico, no corresponden necesariamente ni la misma mentalidad, ni la misma tendencia política: proletariado y empleo, trabajador manual o intelectual, oficial de artesano y obrero de gran fábrica, obrero agrícola y urbano, son otros tantos tipos sociales diferentes por el trabajo y género de vida, por la conciencia y la ideología, sin relación con las diferencias de fortuna, a pesar de una igual subordinación a los patronos.

Traduzcamos estas observaciones a términos más abstractos. En la diversidad indefinida de los tipos o de los grupos sociales, es en vano intentar establecer, en función de uno o de dos caracteres, una clasificación concreta plenamente satisfactoria. Tradiciones históricas, pretensiones actuales, medio social, hábitos adquiridos; son tantas las influencias que se mezclan a la situación económica (en sentido estricto) que toda simplificación se prestará inevitablemente a objeciones.

¿Quiere esto decir que es preciso renunciar a toda teoría de las clases? De ninguna manera. Voluntariamente hemos confundido hasta este momento dos tareas: la sociografía de los grupos sociales y la sociología de las clases *2. La determinación precisa de los innumerables grupos representa un trabajo preliminar, que sería indispensable (por más que indefinido, puesto que son numerosos los puntos de vista posibles). Pero una sociología de las clases apunta a otro fin: pretende asir las articulaciones auténticas de la sociedad, los grandes conjuntos en los cuales se organizan los grupos [...].

Según la teoría económica que se adopte, es verdad, esta lucha toma una significación diferente. Un marginalista concibe el sistema económico en la medida en que está conforme con el esquema ideal que se traza, como esencialmente justo: la parte atribuida a cada factor de la producción, trabajo o capital, es lo que le corresponde según las reglas del cálculo económico (productividad marginal). No se niega que la realidad no corresponde jamás por entero al esquema que las injusticias no sean posibles, sea que la política modifique la imputación; sea que la repartición anterior de los bienes, debida a la historia, es decir, la mayor parte de las veces a la violencia, implique una excesiva desigualdad. El marxista, por el contrario, encuentra la desigualdad en el corazón mismo del sistema capitalista, puesto que la ley del valor-trabajo reserva al propietario de los medios de producción, sin que ningún daño sea hecho al obrero, el beneficio entero de la plusvalía. La antinomia utilidad marginal y valor-trabajo entraña por tanto, sobre el sistema mismo, un juicio opuesto. El interés del proletariado consistiría, según el marxista, en destruir; según el liberal, en mantener el régimen existente. La lucha contra éste llega a ser, o un reflejo legítimo de defensa o una aberración colectiva. Resorte del movimiento histórico para unos, es para otros el obstáculo para la sociedad verdadera, fundada sobre la división del trabajo y la colaboración pacífica.

La teoría económica de El capital me parece muy criticable. Pero, sociológicamente, el hecho de la lucha de clases, bajo la doble forma que hemos indicado, no subsiste menos y es casi inevitable en las sociedades capitalistas, en cuya estructura social se cristaliza. El obrero comprende difícilmente el funcionamiento del sistema: ¿Cómo podría admitir que el beneficio del patrón tiene una función social y que indirectamente él también lo aprovecha? ¿Cómo reconocería él la necesidad de salarios flexibles? ¿Cómo no va a creer que su suerte mejoraría si los instrumentos de producción llegaran a ser propiedad colectiva? El proletariado, separado del resto de la población por sus condiciones de existencia, no reivindica solamente ventajas materiales, sino que frecuentemente se encuentra en rebeldía contra el orden social entero.El movimiento obrero del siglo XIX expresa y significa una reacción contra el capitalismo industrial.

Así, sin conservar la economía de El capital, podemos mantener la idea fundamental de la concepción marxista de las clases: los grandes conjuntos en los cuales se distribuyen los grupos sociales y que juegan históricamente un papel decisivo, se caracterizan por un lugar en el sistema económico. En nuestras sociedades la actividad decisiva es la actividad económica, y es ella la que, en gran medida, fija la suerte, el rango de cada quien. Es natural, por tanto, decir: en el capitalismo ideal las divisiones sociales dependen de los factores económicos, es decir, más que de las cifras de los rendimientos o de la calidad del oficio, de las relaciones de producción. Unos poseen los instrumentos de producción; los demás están reducidos a alquilarles su fuerza de trabajo. De estos datos fundamentales se derivan la desigualdad de los rendimientos (y por consecuencia del ahorro privado) y la actitud diferente de las clases respecto al régimen económico.

*1 Die soziale Schichtung des deutschen Volkes, Stuttgart, 1932, pp. 9-12.

*2 Esta distinción es hecha por Th. Geiger en su libro antes citado.
Para consultar el texto íntegro, véase Revista Mexicana de Sociología, año 1, vol. 1, marzo-abril de 1939, pp. 97-108.


Tendencia juvenil

LOS JÓVENES Y LAS LEYES

Las leyes son el principal mecanismo para hacer valer los derechos de los ciudadanos; pero ¿cómo afectan las leyes a los jóvenes?, ¿en qué medida las utilizan?

Los jóvenes constituyen un grupo especialmente vulnerable; son potenciales víctimas de discriminación, delitos y delincuencia. Sin embargo, rara vez acuden a las autoridades por ayuda: prefieren arreglar sus conflictos en forma extrajudicial.

Una de las razones es que tienden a sentirse discriminados como ciudadanos y que no se fomenta su participación; no existen referencias explícitas a la juventud en la legislación nacional. Antes de la mayoría de edad, no son ciudadanos en sentido estricto; después, no existe distinción entre ellos y los mayores. Difícilmente se les considera sujetos de derecho.

Dos factores los limitan en la defensa de sus derechos y en el acceso a la justicia. En primer lugar, la falta de información acerca de sus prerrogativas y de las leyes que las contienen, y en segundo, una gran desconfianza hacia las instituciones encargadas de impartir la justicia y proteger los derechos.

Según la Encuesta Nacional de Juventud 2005 (ENJ, 2005), la institución pública peor calificada por los menores de treinta años fue la policía. Además, 40.4% de los jóvenes cree tener derecho a hacerse justicia por su propia mano y considera una pérdida de tiempo presentar una denuncia; la mayoría de quienes la han presentado manifestó que la atención brindada fue ineficaz.

La probabilidad de ser víctima de algún delito es mayor entre los 20 y 29 años de edad; esta circunstancia se ve agudizada por factores como la violencia. Así, por ejemplo, en uno de cada diez hogares mexicanos existe violencia intrafamiliar, y las víctimas más comunes son los hijos. Según datos de la Encuesta sobre Violencia Intrafamiliar (INEGI, 1999) sólo 14 de cada 100 hogares solicitan ayuda a las autoridades.

Las mujeres jóvenes son las principales víctimas de la violencia contra la pareja. Según el INEGI, en el 2003, 46 de cada 100 mujeres de entre 15 y 29 años de edad declararon haber sido víctimas de al menos un acto de violencia. En 2005, la misma institución informó que 41 de cada 100 presuntos delincuentes del fuero federal y 49 del fuero común tenían entre 15 y 29 años. La incidencia delictiva está directamente relacionada con las condiciones socioeconómicas; por ejemplo, cerca del 50% de los jóvenes en conflicto con la ley concluyó únicamente la educación primaria.

Por otra parte, un gran porcentaje de mexicanos de entre 12 y 29 años de edad piensa que algunos de sus derechos no están siendo respetados: 20% de los hombres y 17% de las mujeres consideran que no se respeta su derecho a la salud; 20% y 18%, respectivamente, su derecho a disfrutar de la cultura; 29 y 27%, a expresar su opinión; 29 y 28%, a un medio ambiente sano; 27.5 y 26%, a un juicio justo; 24.8 y 25%, a una vivienda digna; 21.5 y 20%, a la educación; 33 y 31%, a no ser víctimas de violencia; 23 y 22%, a una alimentación adecuada, y 21 y 20%, a vivir con dignidad. 29% de los hombres y 23% de las mujeres de entre 15 y 19 años piensan que no se respeta su derecho a un juicio justo, al igual que 30 y 34%, respectivamente, de entre 20 y 24 años de edad, y 25% de aquellos entre 25 y 29 años.

De acuerdo con la primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (CONAPRED, 2005), 38.3% de la población estima que sus derechos no han sido respetados al menos una vez en su vida. Las principales causas de discriminación son la falta de dinero, la apariencia física, el sexo, la forma de vestir y la edad. Alrededor del 10% de los jóvenes de entre 12 y 29 años de edad piensan que son discriminados por su edad.

Es en respuesta a la situación actual, que se creó el Programa Nacional de Juventud 2008-2012, para "garantizar el ejercicio, apropiación y exigibilidad de los derechos por parte de las y los jóvenes, mediante su acceso equitativo al sistema de procuración e impartición de justicia". Entre otras medidas, el programa propone la difusión de los derechos de los jóvenes y la "coordinación interinstitucional entre el Instituto Mexicano de la Juventud y los distintos órdenes de gobierno encargados de la justicia", para prevenir el delito, la discriminación, las prácticas incriminatorias y los factores de riesgo.

Además, en abril de este año se organizó el cuarto Foro de la Frontera Norte en Pro de Una Cultura de la Legalidad, el cual contó con la participación de más de cuatrocientos estudiantes de universidades e institutos tecnológicos de los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Nuevo León y Coahuila. El objetivo de este evento era compartir conocimientos y experiencias para fortalecer la cultura de la legalidad en el país, para que los jóvenes adquieran el compromiso del respeto a las leyes a partir de una reflexión crítica de las ventajas de vivir en un estado de derecho.


La obra gráfica de Luis Márquez Romay

Fotógrafo, actor, cineasta, coleccionista de indumentaria folclórica y viajero incansable, Luis Márquez Romay legó una obra gráfica de subido valor estético. Nacido en la ciudad de México en 1899, Márquez Romay se formó como fotógrafo en el Estudio Feilú, de La Habana, Cuba, donde su familia se había refugiado de la inestabilidad política del México revolucionario.

Entrada la década de los veinte regresó a México para colaborar en el Taller de Fotografía y Cinematografía de la Secretaría de Educación Pública. Su labor consistió en documentar los ritos y tradiciones de las diferentes etnias y pueblos del país. Inició entonces su apasionada actividad fotográfica, que lo llevó a registrar la danza, el paisaje, las artesanías, los rostros; toda la vitalidad de aquellas primeras décadas del siglo xx mexicano.

La ciudad de México no escapó a su mirada. Dúctil, transitable, gozosa, la ciudad en los ojos de Márquez Romay evoca una soledad mágica. En sus imágenes las personas son meros accidentes de escena y casi se asimilan a la arquitectura. El ojo las pierde o no las cree verdaderas. Así, la fotografía se vuelve festejo de la arquitectura, pedestal de una urbe ya perdida en el pasado. Una ciudad que sólo es posible habitar por el recuerdo de nuestros mayores, uno de ellos Romay.

Luis Márquez Romay murió el 11 de diciembre de 1978 en la ciudad de México. Su extensa obra fotográfica, integrada por más de once mil negativos, es resguardada por el Archivo Manuel Toussaint del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

De la exposición "Una ciudad imaginaria", que se exhibe en la Casa Universitaria del Libro hasta el 5 de diciembre de 2008.


Libros y autores

La máquina de pintar

La máquina de pintar se refiere a la pintura mural mexicana del siglo XX. Explora la construcción de su lenguaje, donde se superponen las figuras retóricas del populismo, las ideas sobre la historia, las imágenes de la ciencia antropológica y los códigos de los masones y rosacruces. Compara el lenguaje de la pintura mural con el lenguaje de la política. Abarca la época temprana y la mayor parte de los murales de José Clemente Orozco entre 1923 y 1939, y también analiza algunos murales de Diego Rivera, en particular los de la Secretaría de Educación Pública. En los últimos capítulos, aborda los murales de Orozco en Guadalajara, así como sus ideas sobre la historia y el mito.

Renato González Mello es investigador en el Instituto de Investigaciones Estéticas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. De 1987 a 1992 fue curador de la colección del Museo de Arte Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil.

Renato González Mello, La máquina de pintar: Rivera, Orozco y la invención de un lenguaje, emblemas, trofeos y cadáveres, México, UNAM, IIES, 2008, 441 pp.

Modernización y modernismo en el arte mexicano

Modernismo, un término acuñado para designar el movimiento de renovación de las letras hispanoamericanas en las dos últimas décadas del siglo XIX y los dos decenios iniciales del XX, es aplicable al desarrollo análogo que tuvo lugar en la cultura visual del México finisecular. También se ha utilizado, en años recientes, la noción de simbolismo para caracterizar el arte de aquel periodo. Más allá de estas cuestiones semánticas, no hay duda de que la escultura, la pintura y la gráfica del fin de siglo mexicano, en interlocución directa con una renovación vanguardista en el ámbito internacional, rompió con las convenciones y limitantes expresivas de las tradiciones decimonónicas para lanzarse de lleno a una experimentación formal e iconográfica, inédita en el medio local. Con el modernismo, el arte mexicano se apropia de las premisas estéticas que orientarán en buena medida la producción del siglo XX.

Este libro recoge un conjunto de textos anteriormente publicados en catálogos de exposición y en otras publicaciones dispersas, difíciles de conseguir hoy en día, y en los que Fausto Ramírez ha desarrollado sus reflexiones en torno a los momentos sucesivos del movimiento modernistas; a sus protagonistas y figuras menores; a la estructura institucional que, paradójicamente, les dio sustento (la Escuela Nacional de Bellas Artes, sus programas de enseñanza, sus exposiciones); a las expresiones visuales que tuvieron cabida, fuera del ámbito académico, en revistas y periódicos que, al ampliar la circulación de las nuevas ideas, contribuyeron a su consolidación definitiva. Desfilan en estos ensayos figuras clave como Jesús Contreras, Julio Ruelas, Germán Gedovius, Gerardo Murillo, Roberto Montenegro, Ángel Zárraga y Saturnino Herrán, entre muchos otros. Pero también Casimiro Castro y José Guadalupe Posada, quienes ejemplifican alternativas en las formas de representar el proceso de modernización que entonces se experimentaba. Y José Clemente Orozco, en cuya obra de juventud y madurez afloran, transfigurados, y pese a los discursos rupturistas posrevolucionarios, buena parte de los presupuestos del modernismo.

Fausto Ramírez, Modernización y modernismo en el arte mexicano, México, UNAM, IIES, 2008, 477 pp.